El derecho a la educación. El derecho a la salud. El derecho a la vivienda. Los derechos de las minorías. Los derechos del niño. Los derechos del adulto mayor. Nadie que quiera estar en sintonía con el tiempo presente – es decir, que quiera ser políticamente correcto – discutiría la legitimidad de éstos y otros derechos. Desde la Declaración Universal de los Derechos Humanos en diciembre de 1948 y la Declaración Universal del los Derechos del Niño en 1959 se ha instalado en la sociedad (aunque existía como concepto mucho antes) este asunto de “los derechos”.
Dicho de una manera bastante sencilla y con el auxilio de léxicos básicos, un derecho es aquello que está conforme a las reglas y se basa en las relaciones sociales. En cualquier agrupación humana es deseable que ciertos derechos fundamentales sean defendidos y respetados.
Resta, sin embargo, un importante complemento cuando se habla de derechos, raras veces invocado por sus promotores: la cuestión de los deberes. Un deber, siguiendo con las definiciones simples, es la responsabilidad de los individuos frente a otros, la obligación moral social. El deber es el contrapeso natural de los derechos.
Cuando uno observa el estado de las relaciones sociales y el desempeño de las comunidades humanas se da cuenta que este balance está bastante desbalanceado. Hay una preocupación, un reclamo, una protesta social a mi juicio excesiva por los derechos. Muy pocos expresan la misma preocupación por las responsabilidades que invocan los derechos reclamados.
Si no hay una saludable y adecuada preocupación y cumplimiento de los deberes que exige la vida social, más temprano que tarde nos vamos a dar cuenta que los derechos no tienen sustento permanente. No es posible sólo recibir sin dar nada. Si sólo se exige y no se aporta lo que el deber invoca se instaura en algún momento la ley de la selva, la lógica del “quiero esto ahora y no me importa lo que cueste al Estado o a los demás”.
El destino inevitable de una sociedad que sólo se enfoca en los derechos y nunca en los deberes trae consigo el deterioro de la paz social, la estabilidad económica y el funcionamiento normal de las cosas.
Presiento que es hora de pensar en los derechos del deber.