Se suele escuchar y se repite en los medios cristianos que la base de nuestra fe es la resurrección de Cristo. Por cierto es una noble declaración pero si uno la examina más profundamente revela algunas cosas que conviene mencionar.
No es raro que se confunda ser con hacer. O personas con acciones. Es pertinente precisar esto porque de otro modo uno puede estar repitiendo ideas que ha aprendido sin cotejarlas con la verdad.
La resurrección de Cristo es una acción, un hecho sin duda portentoso con consecuencias inmensas que, según mi parecer, van mucho más allá de etiquetar al creyente para el cielo. Pero sigue siendo un hecho. En este caso, un hecho realizado por Dios.
La fe en la resurrección es importante como anota Pablo. Pero lo fundamental es el autor de esa resurrección. Así que la pregunta que corresponde hacer es: ¿No es el autor del hecho más grande o significativo que la acción que ha realizado? A eso me refiero cuando digo que no se debe confundir ser con hacer. Dios, su Ser, es el centro de todo.
He estado litigando – para usar un término no muy real pero que suena simpático – con alguna gente cristiana sobre su tendencia a predicar a Dios como solucionador de problemas, como resolvedor de dramas, como analgésico cósmico para los dolores de la vida, como la panacea que te allanará el camino a la felicidad.
Nótese cómo el mensaje se ha ido trasladando desde el ser de Dios hacia lo que Dios hace. El problema con eso es que cuando el humo de las palabras se disipa lo que queda a la vista es que la persona humana y sus necesidades son el centro del mensaje y no Dios.
Alguien podría preguntar por qué esta mirada tan purista. Es purista en verdad. Pero no por un capricho semántico o algo así. Es que si tu necesidad y la mía son lo que fundamentan el mensaje estamos en problemas. Entre otras cosas, porque estaríamos propiciando un evangelio humanista, un evangelio para el yo. Un evangelio bastante postmoderno si se lo mira bien.
Así que el fundamento de nuestra fe no puede ser lo que Dios hace sino lo que Dios es.
En otras palabras, de nuevo, el fundamento de nuestra fe es y siempre tiene que ser Dios.