Querían un guerrero, un conquistador rutilante, un triunfador de todas las batallas y vino un pacificador, un pálido galileo en sandalias. Querían un orador brillante, un articulador de discursos de victoria, un Marco Aurelio y vino un predicador itinerante, un provinciano de palabra templada y breve. Esperaban un Apolo estupendo, un Hércules invencible y vino un muchacho moreno y común que solía perderse entre la multitud. Esperaban un estadista, un legislador sagaz para la nación y vino un siervo, un carpintero de aldea.
Tendría que haber nacido en algún palacio señorial, de la matriz de una princesa, pero lo dio a luz una campesina en una cueva maloliente de la periferia. Su padre debería haber sido un noble cortesano, pero su origen fue estimado de dudosa moralidad. Debería haberse educado con maestros distinguidos y letrados de renombre, pero asistió a la escuela del pueblo y aprendió el uso de la sierra, el cepillo y la garlopa.
Debería haber dictado cátedra en la academia de los maestros y eruditos, pero charlaba con aldeanos, prostitutas y mercaderes. Debía juzgar y ejecutar a los malvados y expulsar al tirano, pero se ocupó del perdón, de ofrecer la mejilla y amar al enemigo. Debía salir al frente de un ejército libertador, pero recorría las aldeas y se internaba en el desierto con un grupo de vagabundos y mujeres.
Tendría que haber vivido en un palacio, servido por criados y doncellas, pero dormía a la orilla de los caminos o en una barca cruzando el lago y jamás se le conoció propiedad alguna.
En fin, tendría que haber terminado sus días como un venerable anciano, rodeado del cariño y respeto de la nación y sepultado con honores de Estado; sin embargo, acabó sus días colgado entre ladrones en el más oprobioso de los patíbulos. Sus acusadores y jueces no fueron los usurpadores extranjeros sino la institución religiosa que nunca comprendió ni aceptó su magisterio y que vio en él un peligro para el sistema, un agitador irresponsable, un enemigo público.
Sólo los siglos demostrarían que en la matemática del universo las cosas que cuentan para la posteridad no suelen ocurrir como creen los que saben, sino que vienen de lugares inesperados y dejan huellas imposibles de borrar.