La ventana recortaba la pared de adobe pintada de ocre y blanco. El marco de madera dividía el cristal en varias secciones. Cuando la abrió advirtió el grosor del muro de adobe, tan característico de la construcción colonial. Se apoyó en el alféizar y miró a través de la sólida reja de hierro la calle empedrada. Estaba silenciosa y solitaria. Más allá se erguía el Cerro de Agua coronado por una oscura masa de nubes que anunciaba algún chubasco estival. Las laderas arboladas brillaban sin embargo con mil tonos de verde, iluminadas por los últimos rayos del sol que se perdía atrás en el poniente. Aquí y allá se levantaban almenas y chimeneas sobre los techos de teja española y los muros rosados, ocres y blancos de la Ciudad Antigua.
Pronto oscurecería; mañana temprano comenzarían las actividades de la conferencia. Se sentó en el pequeño escritorio para concluir sus últimas notas. Volvió la mirada a la ventana y se distrajo repasando su historia personal a través de tantas ventanas. La memoria más remota lo condujo al dormitorio de sus padres, convaleciendo de una bronconeumonía que, aseguraba su madre, lo había tenido al borde de la muerte. Era -de nuevo- la tarde. Un enorme eucaliptus se erguía contra el límpido azul del cielo otoñal. Ya tan temprano en su vida la luz del sol iluminando el follaje de los árboles lo embargaba de una emoción indescriptible y profunda. Era una sensación que lo suspendía en el aire por unos segundos y luego lo remitía al infinito, hacia una libertad que todavía no comprendía pero que anticipaba como algo fascinante y deseable.
Como en un viaje en el tiempo, cientos de ventanas pasaron frente a él a través de las cuales y por fracciones de segundo revivió el éxtasis y el desvanecimiento del amor; la loca geografía del mundo recorrido: hoteles, estancias, casas solariegas, villas de miseria, el desierto, el mar, la montaña imponente y profunda, las pobladas aceras de las metrópolis, las majestuosas islas meridionales. Fue envuelto por mil aromas, colores, texturas y sonidos. Sintió la presencia de millares de vidas paralelas y recordó una vez más que la oportunidad de tocarlas ocurre quizá una o dos veces y que la ventana del tiempo sólo nos permite atisbar aquello que nunca en realidad tuvimos.