Me disgusta profundamente el abuso de la idea de felicidad como herramienta propagandística. Es un manejo desagradable, aunque tenga un impacto eficaz… Palabras de Beatriz Sarlo, escritora y ensayista argentina, sobre el “neopopulismo de la felicidad” como concepto político.
Esta idea no es exclusiva de la política, sin embargo. Se encuentra también en el discurso de las iglesias, asunto que ya hemos reflexionado aquí un par de veces. El evangelio como una gira de felicidad gana más y más adeptos. Por la sencilla razón de que la principal moneda de cambio en el mercado de la fe es la felicidad y el bienestar aquí y en el más allá: Conviértase a Cristo y tenga paz personal, prosperidad, salud y relaciones exitosas aquí en la tierra y en el mundo venidero la vida eterna. Todo a cambio de una simple oración de fe. Ninguna compañía de seguros en este mundo puede ofrecer más.
En realidad, algunas cosas más aparte de la oración de fe: El registro en los libros de la institución, la asistencia a los cursos de inducción para entender lo que hay que creer y lo que hay que hacer, la constante contribución de un porcentaje de los ingresos propios y ciertas lealtades que, por cierto, son irreductibles. A primera vista puede parecer un poco abrumador. Pero a la luz de los beneficios inmensamente superiores al sacrificio, toda vez que se extienden por los siglos de los siglos sin fin, las dudas se diluyen rápidamente.
Debo haber mencionado aquel cartel que sostenía una chica en un mitin político: “Yo voto al que me dé”. Resguardando la legitimidad del reclamo de alguien que carece de todo, excepto de la esperanza de un gobierno que responda a sus necesidades, digamos que en el ámbito de la fe la analogía sería algo así: “Yo creo en el dios que me dé”.
Creo que difícilmente se podría encontrar un mejor resumen del tiempo que corre. Perdidas ya todas razones por las cuales creer en una causa superior a uno mismo, convertido el objetivo de la vida en nada más que yo mismo, hemos de perseguir por sobre todas las cosas la felicidad. Así, todos nuestros emprendimientos, relaciones y compromisos deben trabajar para que ese supremo fin sea alcanzado con el máximo de beneficio.
Es legítimo desear un buen pasar. Pero buscar la felicidad como lo único importante es equívoco y casi siempre infructuoso.
(Este artículo ha sido escrito especialmente para la radio cristiana CVCLAVOZ)