Una vez escuché en una película que las mujeres estamos hechas para aguantar. No recuerdo el título de la película pero la escena está fresca en mi mente. Era una madre soltera afroamericana que mientras lavaba ropa a mano le decía con mucha rabia y resentimiento a su pequeña hija que las mujeres nacieron para aguantar.

Esa frase se quedó grabada en mi mente, y empecé a ver a mi alrededor y darme cuenta de lo cierto que es y de lo activo y vivo que está el término “aguantar” en nuestras vidas. Nos guste o no, muchas de nosotras no hacemos otra cosa más que aguantar.

Desde niña aguanté cada pelea y discusión de mis padres sin poder expresar o decir nada. En la escuela aguantaba las risas y burlas de mis compañeros de clase por mis zapatos ortopédicos, mis dientes con aparatos, un cabello incontrolable y para de contar, al parecer yo tenía todos los defectos habidos y por haber.

En mi adolescencia me tocó aguantar el dolor y la pérdida de un “primer amor” esa primera ilusión que en su momento es lo más emocionante y lo más hermoso, pero ahora vista desde mi perspectiva “adulta” era solo ¡una bobada! igualmente, ¡me dolió!

Graduarme de bachillerato y entrar en una universidad pública fue un milagro divino. No tenía ni el promedio ni la inteligencia, pero Dios movió sus fichas, me hizo entrar y estudiar ahí por 2 años. En los cuales la acción de “aguantar” tomó un nuevo nivel porque uno de mis profesores trató de hacerse el inteligente conmigo y me contactaba de maneras poco académicas, el asunto nunca llegó a nada y pude pasar la materia con el mínimo puntaje requerido.

Todo lo descrito anteriormente lo considero cosas suaves o superficiales en el tema de aguantar en comparación con lo que vino después.

Soy de las que piensa que cualquier dolor físico se puede aguantar pero cuando la situación involucra la mente y los sentimientos se pone más cuesta arriba de aguantar. Una de esas cosas inaguantables, sin sentimientos, no buscada por nadie, que va y viene; como podemos la esquivamos y es absolutamente desgarradora se llama -soledad.

La cuestión con la soledad es que se le da mucho espacio, más del que debería tomar. Entonces, pensamos desesperados las maneras para correrla de nuestra vida y es ahí donde nuestro razonamiento disminuye y empezamos a buscar o rodearnos de gente con la que en la vida y en nuestro sano juicio jamás contactaríamos y empezamos a aguantarnos sus cargas emocionales y personalidades.

Puede ser esa amiga que alguna vez fue muy cercana a ti pero de la noche  a la mañana se volvió una loca rumbera y consumidora en exceso de bebidas alcohólicas y que en cada reunión armaba el show y terminaba yéndose con un tipo que acababa de conocer en vez de irse a casa contigo como habían acordado.

Puede ser ese primo que ha estado siempre en problemas con la ley y con el orden. No estudió ni trabajó, sobrevive porque tu tía/tío lo mantiene, entonces te dices a ti mismo -a pues, es mi familia, ¿Qué voy a hacer? Tengo que aceptarlo y quererlo así. Entonces empiezas a arriesgar tu tranquilidad y estabilidad por andar haciendo tonterías con tu primo.

Hay un tercer escenario que es mi favorito, el más doloroso y difícil de superar de todos… Volver con el o a la ex. Cuando la soledad invade, cualquier salida de escape es valida, te repito nuestro razonamiento está por el piso cuando la soledad abunda.

Lo que sucede aquí es que todo aquello que nos hizo romper con esta persona, aquello que considerábamos irremediable, que cruzaba todo limite de irrespeto, infidelidad, deshonestidad, se torna menos doloroso y hasta aceptable.

Empiezas a dudar y a preguntarte: ¿Será que exageré mucho? Quizás fulanito/fulanita estaba bromeando cuando me armó aquella escena de celos con mi hermano/a. Piensas que esa persona se merece un premio nobel “al aguante” porque estás consciente de que eres difícil de aguantar o soportar y él/ella lo hacía.

Otra cosa que sucede es que los bellos recuerdos de los momentos felices florecen y florecen en tu mente, cosas de las que nunca te acordabas cuando estaban juntos las puedes ver como si ocurrieron hace 2 horas. Mi pregunta en este caso es: ¿Por qué los recuerdos y las cosas buenas no las tomábamos en cuenta antes, cuando éramos pareja? Ahora que estás acompañado de la señora soledad sí las vemos. ¡Qué triste!

En fin, te pones en contacto con el ser amado-dejado y vuelven otra vez a su enfermiza relación que es una especie de competencia en la que se mide el que más aguante. De un momento a otro terminará de nuevo por alguna falta del uno o del otro o de los dos y se comienza el ciclo una vez más.

No hemos nacido ni estamos hechas para aguantar, quiero editar esa parte de esa película porque ese mensaje transcendió en mi vida y quizás en la vida de muchas otras mujeres jóvenes que seguro se pasaron el switch, como hice yo, y nos destinamos todas a aguantar y aguantar.

El momento en que algo que era fácil, natural y espontáneo comienza a complicarse, deja de fluir, empieza a afectar tu equilibrio emocional, tu trabajo, tus estudios, tus amistades, altera tu ritmo de vida, tu personalidad, tus horas de sueño, tus hábitos alimenticios, te genera dolor físico y lo más importante, interfiere en tu relación personal con Dios… ¡Déjalo! significa que estás aguantando.

Este ciclo me lo aguanté 2 años y me ha costado un universo no volver a caer en él. Entre tanto desbalance y de tanto pensar, llegué a darme cuenta de que eso no era sano, si es amor de verdad, se ama y basta, no se aguanta.

Sin embargo, en mis momentos débiles, simplemente lloro, le digo a Dios que me disculpe un par de minutos y que ignore mis lágrimas porque sé que su plan es mucho mejor que cualquier disparate que incluya aguantar que pueda venir a sugerirme la soledad.

Y tú, ¿Cuántas veces has roto el ciclo? O ¿Qué esperas para dejar de aguantar?

 

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