Esos recuentos dolientes de las cosas idas, de las cosas que no pudimos, que no quisimos retener, de las cosas que nos dolieron demasiado o de aquellas que nos hicieron felices por dos o tres días en un lugar inmaterial, en un territorio de sueños. Esas historias que regresan aunque no queramos; esas historias que no regresan aunque queramos, porque todavía nos conmueve su intensa humanidad, su pasión incontenible. Esas historias que repetimos en voz baja en la plegaria secreta porque no nos duelen sólo a nosotros y quisiéramos que la herida fuera sólo nuestra. Crónicas de lesa felicidad, susurros en la oscuridad, lágrimas silenciosas en una ventana triste cuando la noche devino cilicio, ceniza, desencanto.
Esos recuentos detallados de las estaciones de la pasión, desde el andén emocionado de la esperanza, al paroxismo inédito del placer, hasta la desoladora comprobación de su adiós desencantado en la terminal del tiempo. Esos relatos que nos contamos cada noche y que vamos introduciendo de a poquito en los entresijos del muro de la memoria como aquellas peticiones enrolladas que ponen los peregrinos en el Muro de los Lamentos. Historias que van cambiando de tonalidades según el tiempo pasa, según sanan las heridas, según se va haciendo más profundo el escepticismo.
Recapitulación de episodios que tienen sentido y razón sólo para uno porque resumen todo lo que uno es, todo lo que uno siente, todo lo que uno espera, todo lo que uno desea, todo lo que se debería y no se debe. Registro de cosas que no se postean porque son sólo de uno y que mal o bien componen nuestra pasada por el mundo, nuestro viaje a medias entre el te quiero y el adiós.
Esas historias vienen a componer el repertorio de los recuerdos a los cuales uno va a echar mano cuando la vida pase la factura y lo recluya en el mínimo espacio entre la senilidad y la muerte, cuando ya no valen las recriminaciones y cuando no tienen sentido las esperanzas. Entonces esas historias serán lo único que nos quede y vamos a llevarlas atrapadas entre pecho y espalda cuando nos vayamos y que apenas dos o tres personas guarden para siempre el otro lado de esos relatos, también callados para siempre.