El espejo devuelve algunas novedades. Refleja la mirada inquisitiva que busca señales del tiempo no porque se tengan ganas; sólo porque es necesario estar al tanto de la lenta artesanía de su ministerio. Pasan los años y se va rompiendo la imagen.
Cuando éramos alucinantemente jóvenes, uno de los miembros de nuestro grupo solía repetir esta máxima en inglés: “Youth and beauty go together” (Juventud y belleza van juntas). No sé de dónde habría sacado esas palabras pero eran el grito de guerra de nuestra edad: éramos hermosos porque éramos jóvenes. Digo hermosos en el sentido que el adjetivo tiene para alguien que se va aproximando a la vejez; es decir, que todo lo que sea cuarenta o cincuenta años más joven es hermoso sólo por el simple hecho de ser joven.
Esa pequeña manchita en la lengua; una marquita oscura en la comisura de los labios; el dolor que suele aparecer en la mañana en la parte superior de la espalda; las mandíbulas apretadas en la noche; la sutil pérdida del sueño. Sólo por mencionar algo. El inventario general es más severo.
La imagen rota. El retrato de Dorian Gray a la inversa: nos vemos bien en las viejas fotografías. La imagen presente deviene mueca triste. Su mayor enemigo: la selfie, ese engendro que evidencia todo.
Habré escrito seguramente aquí antes acerca de la paradoja de la vida real: lo de afuera se marchita sin ambages; lo de adentro se hace fuerte. Es como si el retrato de Dorian Gray funcionara de otra manera: se va haciendo hermoso adentro y afuera va plasmando su deterioro de piel, su sequedad de huesos, la sangre cansada.
Me viene de tanto en tanto como un vértigo cuando pienso que una vez tuve dieciséis años o veinte o treinta y tres. Parece como si no hubiera sido yo sino un otro afortunado, que tuvo la vida en sus manos y tomó de ella lo que pudo, lo que quiso, lo que supo. Me viene entonces como una bronca al pensar que ese ser era yo, no otro y que hubo tanto que no quise, no pude o no supe.
Hay días que siento una fuerza avasalladora y quiero escribir tanta cosa que siento y que pienso, aunque no más sea para una audiencia pequeña, porque otro mundo es posible.
Otros días, como hoy, me vence el almanaque y no puedo esquivar el hecho que el horizonte ya no está tan lejos.