A nadie se le pone el pelo naranja o deja de gustarle la pizza al momento de experimentar la conversión; asimismo los hábitos, las formas y las costumbres no cambian instantáneamente. Sé que esto choca inmediatamente con el registro que han dejado muchas personas que dicen cosas como, “Pero yo dejé inmediatamente tal vicio aunque había tratado por años de dejarlo” con el fin de argumentar la prueba del cambio.
Para empezar debo decir que conozco a personas – más de las que imaginan – que han vivido la misma experiencia sin haber hecho ninguna profesión de fe. Hace unos días escuché a un señor contar en una reunión social que hizo una decisión similar al salir del banco hace una cantidad importante de años y puedo asegurarles que se encuentra bastante lejos de perfil que se supone tiene un dedicado miembro de una comunidad de creyentes. Eso por un lado.
Por otro, hay otra gran cantidad de personas que habiendo dado cuenta de ese instantáneo cambio, al cabo de algún tiempo se encontraron de nuevo en los mismos rumbos de antes. Podrá argumentarse que no había experimentado nada genuino pero no se puede negar que esta información es completamente legítima para lo que queremos decir aquí.
Finalmente, las transformaciones genuinas no tienen necesariamente que ver con cuestiones externas (digamos, dejar éste o aquel hábito, cambiar de forma de vestir o hablar, dejar de asistir a ciertos lugares), sino con conductas más profundas. Nos referimos a un tránsito comprobable y persistente desde – por citar algunas cosas – el robo, el crimen, la calumnia, la mentira, la envidia, el chisme, la discriminación y el desprecio hacia la diferencia, el maltrato y el abuso hacia la familia o los empleados, a comportamientos completamente contrarios.
Eso no pasa de la noche a la mañana por más que hayamos dejado de fumar o beber instantáneamente al momento de la conversión. Son procesos que requieren diligencia, disciplina, humildad y honestidad (esto último para admitir que hay cosas en las que no hemos mejorado). Y eso, amigas y amigos, toma años. Cito a Jeffrey de León, “¿Me estoy explicando o no me estoy explicando?”
Hace tiempo que me aparté de la costumbre de escribir temas edificantes; hay más que suficiente cantidad de dignas personas que se ocupan de ello. Sólo lo hago en atención al requerimiento de mi buen amigo Angel Galeano para conversarlo un jueves en su programa. O un miércoles…
Nobleza obliga.