Cuántas veces me he preguntado
por qué siempre sale todo igual
No importa de qué modo se mire
Es la vida y acabamos por jugar el juego…
(Rainy Night in Georgia, Tony Joe White, 1962)
Hoy no daba para un día de lluvia otoñal. Es plena primavera y lo que uno espera son tormentas escatológicas precedidas de un calor abrumador. Sin embargo llovía como si fuera una mañana de mayo. Como era previsible, pasado el mediodía desaparecieron las nubes y un sol radiante levantó una humedad todavía fresca.
Pero fue suficiente para estimular el lado gris, la mirada nubosa, la fiel tristeza subyacente en todas las cosas a las que pertenezco o pertenecí alguna vez. Sí, de nuevo, ésta no es una nota devocional que vaya a alegrarles el domingo; pueden abandonar la lectura, aunque les suplico que lo hagan en silencio porque hay otras personas que están leyendo atentamente.
La lluvia más remota que recuerdo fue una tarde en que convalecía de una bronconeumonía que me tuvo al borde de la muerte (según mi madre); tenía unos cuatro o cinco años. Por la ventana se veía el inmenso eucaliptus de don Juvenal y bajo los cardenales se guarecían unos patitos recién nacidos en el corral del tío Carlos. No puedo decir que lo comprendí entonces pero de algún modo todo eso era la conciencia de la fragilidad de las cosas con la lluvia como telón de fondo.
Desde entonces, tantas lluvias en tantos lugares han ilustrado la crónica de la vida, han rubricado su pesada manifestación, han puesto la nota de sobriedad a los torpes entusiasmos a los que a veces uno se suele entregar.
Quizá la más favorita de mis lluvias sea la de la ruta, al lado de Germán en un camión Henschel amarillo de 1960. Mañanas brumosas, noches interminables, tardes lentas y silenciosas esperando una carga en Cemento Melón en La Calera o en la usina de Huachipato. La música y la conversación intrascendente conjuraban el tedio de la espera. Nos sentíamos en otro universo, sin ataduras ni chantajes sentimentales. Era el tiempo libre, el limbo entre antes y después, la feliz posibilidad de tenderse entre los sacos de cemento y dormir profundamente, un arte perdido y siempre recordado…