Mi infancia y parte de mi adolescencia estuvieron colmadas de dichos con los que mi mamá ilustraba los diversos asuntos de la vida.

En vista de que aparentemente hoy las musas han pasao de mí, les voy a contar esto que no requiere más que el ejercicio de la memoria. Como ya está acostumbrada mi estimada audiencia, me referiré a asuntos que no aportarán recurso alguno para su espiritualidad y crecimiento cristiano.

Los dichos y su traducción aproximada:

Están sacando los pies del plato – Se están portando muy mal.

Le echó con la cundidora – Hizo el trabajo a la rápida y mal.

Le echó con l’ olla – Exageró.

Les voy a leer la cartilla – Les voy a aclarar algunas cosas.

Le corté el cuarenta – Le dije “¡Basta!”

Les voy a dar la tolola (la triana, la frisca, la fleta, la tanda) – Les voy a pegar.

(Esto merece unos comentarios adicionales. Viví en una época donde no existían conceptos como violencia de género o intrafamiliar, abuso infantil o Tribunales de la Familia. Los padres y los maestros nos castigaban físicamente con generosa intensidad. Mi padre tenía un pequeño azote con delgadas tiras de cuero artísticamente fijadas a un mango de madera tallada y cuando nos portábamos mal nos decía: “Los voy a azotar a lo largo del cuero”. Quiero decir, de paso, que eso no trajo ningún trauma que me haya impedido vivir productiva e intensamente mi vida).

Le está comiendo la color – Cierto señor mantenía unas relaciones ilícitas y clandestinas con la esposa de un vecino.

Mentiras del maestro Goyo – Su opinión cuando la queríamos engañar con nuestras explicaciones.

Me están arrastrando el poncho – Me están provocando

Se come el buey – Está envidioso

Es un palangana – El señor es un sinvergüenza, un charlatán.

En fin, hay más giros del lenguaje pero creo que éstos bastan para ilustrar el hecho de que cumplían una función pedagógica. Algunos otros no eran más que la constatación de que la vida es ancha y ajena.

Y si me ponía yo muy preguntón, cerraba el diálogo en forma concluyente: “No avirigüe, niño”. Tal cual.

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