Cuando viví en la cabaña tenía en la entrada un pequeño cuadro. Era un óleo que evocaba, guardando las debidas proporciones, algunos trazos de Van Gogh. Mostraba una frase que resumía incontables horas de reflexión y que de un modo distintivo expresaba mi actitud existencial: “Mi mundo privado”.
Por muchos años creí y practiqué hasta donde pude eso de exponer mi mundo interior. Había aprendido que así era el camino hacia el amor y la aceptación del otro.
Diversas experiencias y circunstancias, que me guardaré por cierto, me convencieron que la esperanza de que el amor resulte de ese acercamiento es escasa y frustrante.
Se le asigna demasiado valor al conocimiento del mundo interior del otro. Tenemos más teoría que práctica en eso de que la apertura promueve el amor. No amamos incondicionalmente. Tenemos expectativas, estándares y supuestos que deben ser cumplidos por el otro si es que vamos a amarlos.
Y nos pasa lo mismo de vuelta. Pobres transeúntes de una realidad más que discreta, nos hallamos en la triste condición de ocultar una parte considerable de nuestro ser y dejar ver apenas un poquito para mantener los equilibrios y las relaciones deseadas.
La procesión va por dentro. No lo admitimos por cierto. Y para sobrevivir con cierta dignidad en nuestras relaciones cotidianas nos hemos ido armando de un selecto repertorio de máscaras para las diversas ocasiones en que nos relacionamos con los prójimos que conforman nuestro mundo social.
Sería divertido si no fuera tan trágico, que las personas que más se ocultan son precisamente aquellas que declaran “yo digo las cosas como son”, “al pan, pan y al vino, vino” y “yo soy así como ustedes me ven”.
No juzgo a nadie, sin embargo. De verdad que no. La confianza, por más que la deseemos, es un bien demasiado caro.
Así que en un extremo acto de violencia comunicativa, declaro que sí tengo un mundo privado y que algunas máscaras son, por lo menos ahora, un alivio.
Valdría la pena que admitamos que los secretos tienen algo de saludable y que, por el bien de la corrección pública y la paz personal, habría que dejarlos que sigan siendo secretos.