(Rasguños en el papel. Pensamientos que aparecieron en la desesperación por hallar una idea para el blog. O simplemente un desahogo sin destino. Encuentros inesperados con un sentimiento, una luz, una sombra, un pena, un deseo. La vida que pasa y deja, de repente, heridas leves)
Tantos lugares vistos, tantos sabores, aromas, sonidos, temblores clandestinos; rincones olvidados, secretos sepultados, caminos desandados; tantos recuerdos con sus ropajes amarillos, papeles viejos y notas de lavanda desvaída.
La memoria, ese latigazo que duele todos los días, despacito y profundo, con su cartografía arrugada y sus canciones antiguas.
Ese vigor que se fue debilitando en proyectos, sueños, abrazos desesperados, porque así se va la vida, poco a poquito, suspiro a suspiro, con humedad de caricias y sonrisas disimuladas.
Ese continuo deseo del desapego, el anhelo del desarraigo, esa parte de mí que se no se rinde, que todavía sueña el mundo ermitaño, a pesar del cuerpo y de las costumbres citadinas, doblegado aún por todas las mañanas del deber.
Ese venirse encima de uno el cerro verde, la geografía hirsuta del bosque, la piedra que se va deshaciendo y se diluye con la espuma, la arena oscura y las algas como cabelleras verdes, el viento que entra en las casas y en el alma desmantelando techos y universos.
Construir un mundo silencioso, disolverse en la ola, estacionar para siempre el dolor de los años perdidos. La renuncia como última valentía posible, el último acto de dignidad para honrar la libertad. Tal vez no sea tan feroz el ostracismo cuando lo que resta del día va apagando las últimas urgencias del cuerpo y de la mente.
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Quería que las palabras abrieran caminos. No quería terrenos pronunciados ni planos explicativos. Cualquiera, dondequiera, puede llegar a cualquier parte con GPS, diccionarios y wikipedias. Explorar territorio virgen, entrar en mundos desconocidos, ése era el hambre del alma. El mundo no puede ser no más una granja, una colonia establecida. Tenía que haber otros lenguajes, otras nociones que dieran cuenta de lo desconocido, lo inédito, lo inescrutable. Otras esferas donde pudiera entrar lo que no cabe en la cotidianidad.
Era esa incomodidad lo que lo enloquecía. Eso otro, eso que no está explícito pero que se siente todas las horas, como una astilla clavada en el cerebro, imposible de quitar…