Evangelizar a alguien de tu familia es un acto de amor y paciencia. ¿Más o menos difícil? No lo sé. Es compartir con ellos algo que para vos es tan importante que te da sentido y esperanza en la vida. Pero, ojo, no se trata de imponer, sino de transmitir el mensaje de manera respetuosa, para que lo reciban con ganas y no con rechazo. Así como ellos, seguramente, quieren presentarte sus estilos de vida.
Acá no se trata solo de palabras elocuentes; tus acciones dicen más que mil palabras. Si tu vida refleja valores como el amor, la empatía, la solidaridad y la fe, eso va a generar curiosidad. Es difícil que alguien quiera saber más sobre lo que creés si no ve que eso hace algo llamativo en tu vida. Así que andá por la vida siendo coherente con lo que decís y creés.
En serio, la oración es muy poderosa. Pedile a Dios que te dé las palabras justas, que te ayude a encontrar el momento indicado y que toque el corazón de tu familiar. Muchas veces lo que marca la diferencia no es tanto lo que decimos, sino cómo y cuándo lo hacemos. Si lo encarás con fe, Dios se encarga del resto.
No seas pesado, no sirve andar forzando las cosas. Pero si surge el momento, contales cómo Dios está presente en tu vida. Quizá podés decir cómo te ayudó a superar una crisis, a tomar decisiones importantes o a encontrar paz en un momento difícil. Hablar desde tu experiencia personal tiene más peso que mil teorías. Y siempre hablá desde el corazón, con sinceridad. Que fluya. Te vas a sorprender.
Tal vez, al intentar evangelizar a tu familia, surjan dudas, prejuicios o miedos sobre la fe. Antes de saltar a refutar todo, escuchalos con disposición, sin ir al choque. Validá lo que sienten, aunque no estés de acuerdo. Esto genera un clima de confianza donde pueden charlar tranquilos, sin sentirse juzgados. Y te digo, es más importante que tengas la apertura para aprender de tu familia también. Todos tienen algo que enseñar.
No te pongas ansioso si no ves cambios inmediatos. A veces, sembrás una semilla en tu familia y recién germina después de un buen tiempo. Tu rol es plantar la semilla; después, Dios y la otra persona hacen el resto. Si te lo tomás con calma y con amor, los frutos llegan.
Quizá podés proponer que vengan a un encuentro en la iglesia, a un grupo de oración o a leer algo curioso en un encuentro familiar o que haya resonado con vos. Pero siempre dejá que decidan ellos. Evangelizar no es ganar un debate: es abrir una puerta para que el otro encuentre a Dios por su cuenta. Así como no nos gusta que nos vendan algo todo el tiempo, consideremos que eso aplica para los demás.
En resumen, el amor y la paciencia son la base de todo. Si encarás la evangelización a tu familia con conciencia, como estilo de vida y confiando en que Dios hará su parte, podés ser un puente para llevar su mensaje a los que más querés.
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