Honra del hijo en esta necesaria palabra, hasta ahora impronunciada. Justicia tardía al hecho natural de la vida misma. Espero que lleguen alguna vez al patio de la memoria permanente. Espero que la comprendan de lejos los amigos y de cerca los hermanos. Porque si no habrá sido vano este intento porque es para ellos. Para mí, sin palabras se quedara ilustrado este enorme silencio. Porque eso fue, mayormente, nuestro filial intento. Mínimos intervalos de palabras no lograron el milagro. La amistad quedó trabada en algún rincón de la infancia.

Padre. Hijo de Juan Bautista, a quien vi venir una sola vez por algún camino. Y de una señora a quien no tuve el honor de conocer. Sus historias de niño las ignora mi alma. Excepto aquello de la profesora de la escuela. Y la del saco de ochenta kilos en sus hombros adolescentes. Tal vez un trote humillado al lado del caballo del patrón. Tal vez una negra galleta que recibía de ración. Quizá una experiencia inefable en las cosas del Señor.

Tan pocas palabras. Tan pocas. Tan poca amistad. Tan poca. Tanta disciplina, tanta. Tantos enojos, tantos. Tanta impaciencia, tanta. Pero al silencio precede la imagen que siempre supera la palabra. Sus ternos impecables, sus sombreros de Gardel, sus corbatas innumerables. Su sonrisa de trabajador servicial en pasillos y oficinas. Sus trámites interminables de funcionario estatal. Sus inmensas peleas con la mamá. También para ella sus caricias y sus requiebros camperos. Sus afanes interminables. Sus chacras en el patio trasero de la casa. Sus predicaciones evangélicas pentecostales. Su ferviente religión y su servicio cristiano hasta caer rendido en el campo de El Progreso.

Cuando te miré postrado en la cama me indigné. Porque no eras eso que veía, medio vivo, medio muerto. No correspondía tu dolor al fuego con que viviste. No correspondía ese cuadro crepuscular. Correspondía tu energía interminable. Correspondía tu palabra ardiente en los púlpitos y callejones. Correspondía tu canto desafinado y tu ministerio pentecostal. Correspondían tu huerto, tu jardín, tus patos, chanchos y conejos.

Por eso, pedí al Alto Cielo que viniera con su descanso. Que te aliviara el tormento que encontraba innecesario. Y que te llevara a los patios emparronados de allá. A los pozos infinitos, a los mates conversados. Tanto amigo, tanto hermano que se alegraría de verte otra vez. Tanta conversación inconclusa que tal vez terminaría. Tanto cumplimiento a tanto sueño, a tanta pasión pendiente…

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