Un programa periodístico de investigación en la televisión reporta que un alto funcionario del poder judicial ha gastado 125 mil dólares en el cumpleaños de su hija, un evento descomunal en algún lugar top de Buenos Aires. En seguida el periodista conductor aborda un tema dramáticamente opuesto: el aumento de niños y niñas que acuden a los merenderos (comedores infantiles). En algunos de ellos, en medio de la pobreza y del barro les comentan que últimamente padres y madres también vienen a comer.

Estos dos hechos han ocurrido en la misma ciudad – una metrópoli de 13 millones de habitantes – y son presentados mientras la audiencia cena frente al televisor después de haber disfrutado la tarde de domingo en un parque cercano y seguramente se prepara para ver luego una serie de Netflix. Sin filtro ni transición presenciamos la obscenidad del dinero gastado para una celebración social al mismo tiempo que el drama de miles de menores y que comen en el merendero la única comida del día como si de dos hechos completamente naturales se tratara. Quedará en la conciencia de los televidentes alguna vaga inquietud que se olvidará en las próximas horas merced a la vida que pasa y al Mundial que ocurre.

Hemos comentado aquí la poca esperanza que tenemos de que las cosas puedan mejorar de alguna manera. Qué pasa por la cabeza de alguien que puede tirar semejante cantidad de plata en un evento de discutible valor social en tanto que a algunos kilómetros de distancia hay hambre y pobreza de flagrante iniquidad. El personaje en cuestión es alguien que se supone debe trabajar por la preservación de la justicia y la equidad.

No hay asombro. No hay sentido de las proporciones. El pecado social en forma de codicia de unos pocos a costa del sufrimiento de muchos ya no deja a nadie perplejo. Todos vivimos en esta carrera de ratas y lo único que queremos es salvar el pellejo del desastre y pasarlo lo mejor posible. Unos en su religión, otros en sus negocios, otros en sus adicciones, otros en sus pasiones de diversa índole.

La clase política, los líderes religiosos, el poder económico, el desorden social, los medios de comunicación sin responsabilidad pública, todos nosotros., sin conciencia, sin coraje, sin solidaridad alguna. Encerrados en nuestros discursos para justificarnos y esperar que de pronto pase algo que arregle las cosas mágicamente o que nos hundamos todos en un cataclismo sin retorno.

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