Todos reconocemos las películas con finales Hollywood: no importa cuán dramática o compleja sea la trama, siempre ganan los buenos, el chico se queda con la chica y la superpotencia salva al mundo. El final de “¿Conoces a Joe Black?” (Meet Joe Black) hubiera sido perfecto con Joe y el señor Parrish desapareciendo tras el puente; pero la convención exigió que el rubio joven apareciera de vuelta y se quedara con la hija desolada; la audiencia quedó feliz. No así aquella que vio a Clint Eastwood administrar una sobredosis de morfina a petición de su pupila, Hillary Swank, postrada por una cuadriplejia en “Million Dollar Baby”.

La mayoría de las personas no puede prescindir de estas resoluciones perfectas. Una muerte absurda, un amor destruido, una causa justa aplastada por el poder del dinero, el mal sin venganza les perturba. Se ven en la necesidad de buscar una explicación que resuelva el desajuste mental y emocional que les produce el despropósito: invocan el misterio de una voluntad suprema que ahora no se puede comprender o se les ocurre decir que de todo ello seguramente va a salir algo bueno o que había una lección importante que aprender en la situación. Se resisten a aceptar que la desgracia humana a veces simplemente no tiene explicación ni resolución. Tiene que existir para ellos algo que resuelva la ecuación. La sinrazón hace saltar el fusible de la mentalidad causa y efecto. Así que las explicaciones cumplen el rol de protectores de sobrecarga. Una vez activada la explicación correcta, el sistema recupera su operatividad y todos pueden irse a la cama con paz de mente.

Pero frecuentemente la vida opera con otra lógica. La brutalidad de los hechos es abrumadora y lo único que invoca el momento es el silencio, la ira, el dolor, la solidaridad, la pura contención. No hay nada que intensifique más el dolor de la herida que los consuelos no solicitados o los intentos de explicar lo inexplicable, la búsqueda de razones. “¡Consoladores molestos son todos ustedes!”, se vio impelido a gritar cierto personaje ante la encarnizada contienda de argumentos que sostenían sus amigos para explicarle la situación que estaba viviendo.

¿Por qué esa dificultad para aceptar que a veces los hechos simplemente no encajan en el sistema? ¿Por qué esa obsesión de que toda la vida sea explicada por ese a veces precario aparato de control que es la creencia?

Deja un comentario