… (E)n términos más mundanos, el exilio – voluntario o involuntario -, la retirada, implica vaciamiento, pérdida, olvido, marginación. En este sentido, el exiliado se ve obligado a recuperar la memoria, la nostalgia de un tiempo anterior, la reinvención (inscripción) en solitario de un cuerpo (social, individual) desaparecido.
(Todo hombre es una isla, Jacobo Sefamí)

Última isla, hacia donde la memoria se abre y el alma consulta respecto de un pasaje sólo de ida, para un no retorno que ponga de una vez por todas las cosas lejos de todo y de todos.
Última isla, legendaria Itaca donde estibar definitivamente el peso de la vida y de todos sus requerimientos ineludibles.
Última isla, un lugar en el mundo donde concluir todo negocio pendiente, cerrar los libros, olvidarse de los balances y bajar las cortinas.
Última isla, descanso de las palabras y de las convenciones indispensables en el mundo de los vivientes, necesarias para legitimar el ser.
Última isla, donde no lleguen cartas documento intimando a las explicaciones y a las justificaciones que son necesarias para uno ser articulado en la realidad.
Última isla, encantamiento de Nunca Jamás, ilusión permanente que se niega todavía a la posesión porque debe haber todavía una caterva de situaciones que demandan resolución.
Última isla, retorno al origen, a los días del lindo arco iris, a los álamos tocados por el ocre de la tarde y el sonido del viento, al tiempo donde no se había adquirido deuda alguna aún por lo cual era posible dormirse de inmediato bajo los pinos y respirar con toda tranquilidad sesenta veces por minuto.
Última isla perdida en una cartografía esquiva, territorio para la paz, depositaria de esperanzas tardías y luces que se van extinguiendo poco a poquito.
Última isla donde terminar la travesía después de surcar aguas internacionales al arbitrio de monzones de verano, vientos alisios, ciclones de alta mar y corrientes de Humboldt.
Última isla para desguazar el corpus de la memoria, archivar los remordimientos y las listas de contactos, cultivar alguna paz tardía, procurarse una planta de lavanda y por fin desistir de cualquier idea relacionada con escribir memorias o armar testamentos literarios “porque las estirpes condenadas a cien años de soledad no tenían una segunda oportunidad sobre la tierra” (Gabriel García Márquez en el final de Cien Años de Soledad).

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