(Una historia verdadera)
Todos los alumnos están formados en el patio del Instituto A***. Es una mañana fría. La señorita R*** está orgullosa de sus alumnos, todos flamantes con sus buzos del Instituto. Por años ha disfrutado de esa disciplina escolar que debe, según ella, caracterizar lo “anglo”. Va a dirigir unas palabras al grupo, arengándoles a una vida de ejercicio y desarrollo corporal integral, cuando la ve.
Es una niña de unos ocho años, de pelo castaño claro, ensortijado. Viste un pantalón de buzo descolorido y una remera blanca. La maestra pierde un poco la compostura, en realidad. La altera esta niña medio tontona, hija de misioneros evangélicos, que no se ajusta a las exigencias del colegio.
La llama adelante. La pone enfrente de todos y dice: “Quiero que miren todos a A***, que es la vergüenza de este colegio”. La hace volver a la fila e inicia ufana su clase de Educación Física.
Treinta años después, A*** está sentada a la mesa en la casa de sus padres. Por alguna razón la conversación gira hacia aquel episodio, tantas veces relatado y tan vergonzoso. Pero esta vez recuerda otro “aporte” de aquella maestra a su autoestima: “Un día se programó una visita a un circo de esos que se suelen poner en la esquina de General Velásquez con Alameda. Yo no tenía los $ 200 que había que pagar para ir. Entonces se fue con todos los alumnos y me dejó sola en la sala. Una profesora pasó por el pasillo y me vio. Me preguntó por qué estaba sola y le dije que porque no tenía el dinero no había podido ir al circo. Ella me tomó de la mano y me dijo: Vamos niña, yo te pago… y fui al circo”.
Escribimos esta memoria mínima como un homenaje – más allá del tiempo – para A***, que sufrió las vergüenzas de ser la hija de gente pobre. Para ella, esta pequeño esbozo de reparación a su honra infantil.
También como un reproche – algo tardío en verdad – a una educadora que, al menos en una época de su vida, no supo, no quiso o no pudo tener una mínima consideración hacia una alumna en desventaja y que no fue capaz de comprender que debía haber tratado con los padres, que no esperaban caridad y que se esforzaban por pagar un buen colegio.
(Se me ocurre pensar que hoy la señorita R*** habría sido denunciada en las redes sociales y tal vez suspendida de su cargo con una severa anotación en su carpeta. Son otros tiempos…)

Deja un comentario