“Hay cinco segundos para retener la atención de chicos y chicas que nacieron entre 1994 y 2010…

Lo de los cinco segundos no sorprende: es una generación cuya cultura está definida por el instante, la fugacidad, la velocidad y la fragmentación.”

Las citas anteriores corresponden a una nota de prensa que da cuenta del tiempo de atención que otorga la generación centennial (que tiene hoy entre 14 y 20 años) antes de pasar a otro asunto.

Aunque el artículo se refiere mayormente a la atención prestada a los contenidos de la pantalla del celular podríamos aventurar que lo mismo se da en otros aspectos de la vida: la casa, la escuela, las juntadas, el trabajo.

Por una razón simple. “No es cierto que se puedan hacer varias tareas a la vez. Para hacer una nueva el cerebro tiene que desenfocarse de lo que está haciendo, y eso opera en detrimento de la primera”, advierte en el artículo una especialista en cultura juvenil.

Cuando uno ve a los chicos y chicas mirando televisión, atendiendo a su celular, hablando con sus amigos y amigas, todo eso simultáneamente, resulta evidente que el tiempo de atención que otorgan a las cosas es mínimo.

La palabra clave en las citas que hemos anotado al comienzo es fragmentación. Este fenómeno comenzó hace muchas décadas pero cristalizó en la primera parte del siglo XX con la radio y la televisión.

La cultura de la fragmentación se caracteriza por la desagregación de los contenidos que hacen al conocimiento. Se pierde la perspectiva. Los “árboles” no dejan ver el bosque. Las personas han perdido la habilidad de relacionar, discriminar e interpretar contenidos por lo cual son mucho más susceptibles de manipulación y engaño.

Las fake news no tendrían efecto alguno en una cultura de pensamiento crítico porque el público simplemente las cotejaría con todos los aspectos involucrados. Pero esto es prácticamente imposible hoy – no sólo para la generación centennial sino para la mayoría de la gente.

Vivimos en un mundo fragmentado. La velocidad, la fugacidad y el instante cubren todo convirtiendo la realidad en un movimiento virtual, una experiencia de orden esotérico, un acontecer onírico.

Eso, sin mencionar el aburrimiento, la impaciencia y el bajísimo nivel de tolerancia a la frustración que experimenta todo el mundo.

No se vislumbra un retorno a la cordura del pensamiento crítico y el conocimiento construido. Navegamos a toda vela en la vida líquida.

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