Una de las cosas más intrigantes de la realidad humana es el tiempo. Aunque aparenta el rigor propio de las matemáticas con sus segundos exactos, sus minutos estrictos y sus horas rigurosas, se estira o se encoge según se nos presentan los hechos de la vida. Hay segundos interminables y horas pequeñísimas, ya sea que esperamos una noticia que va a transformar nuestras vidas o que vivimos toda la intensidad de la pasión en un encuentro maravilloso.
Se atribuye al tiempo una virtud sanadora. A medida que pasan los años se cree que las heridas cicatrizan y los rencores van cediendo. Para otras personas el tiempo sólo profundiza el dolor y nada parece aliviar el amargor de la memoria. Tal vez ayudaría el pensamiento aquel de que es imposible cambiar el pasado, pero sí es posible que nosotros cambiemos respecto de él.
“Esto también pasará” dijo alguien, no se sabe quién porque se lo hemos oído a muchas personas. Hay momentos oscuros, días en que nos parece que nada ni nadie nos va a librar del tormento presente. Pero pasado algún tiempo y no pocas veces sin darnos cuenta, ya pasó. Y volvemos a dormir bien o a recuperar el apetito. Volvemos a creer y a esperar.
Había una época en que el tiempo era todo lo que teníamos y éramos felices. Tardábamos todo el día en llegar a la casa de los tíos donde íbamos a pasar las vacaciones (en un pueblo al que hoy llegamos en tres horas) y no nos importaba; recién al día siguiente podíamos ir al correo a poner un telegrama a la mamá para avisarle que habíamos llegado “sin novedad”. Hoy nos desespera saber que un viaje tardará tres horas y sólo nos alivia el teléfono con el que estaremos en contacto con diez personas haciéndoles saber dónde vamos y enviándoles fotos del colectivo, de la terminal intermedia y chateando interminablemente. Para una adolescente es un drama no menor tener que esperar tres minutos más de lo debido a la madre para que la pase a buscar a la casa de la amiga.
A estas alturas de mi vida el tiempo es un enigma y un amparo. Ahora sí es importante tener una idea de cuánto resta, pero eso un misterio. Y es un alivio a la hora de la soledad porque debido a que se siente más lento parece que se puede pensar, sentir y leer mucho más.

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