Una historia, cuyo origen desconozco, cuenta que había una vez un príncipe en la ciudad de Bagdad, su único objetivo en esta vida, era ser un rey justo. Para conocer si estaba logrando alcanzar su objetivo, les preguntó a todos los que se encontraban bajo sus órdenes, si era justo con ellos. Todos le contestaron afirmativamente, algo que le preocupó enormemente, ya que pensó que no le decían la verdad.

Para asegurarse de que sus súbditos no lo estaban engañando, inició un largo viaje  por las ciudades de alrededor en las que,  con un disfraz, preguntaba a la gente su opinión sobre el príncipe de Bagdad. Al igual que sucedió en su ciudad, nadie dijo nada malo de él.

Mientras tanto, al príncipe de Ranchipur, le asaltaron las mismas dudas  y emprendió también un viaje lejos de su amado reino para recabar otras opiniones.

Un día, cuando ambos príncipes se encontraban regresando a sus reinos, coincidieron en un angosto sendero, por el que sólo podía pasar un carruaje a la vez. Nadie parecía estar dispuesto a ceder su lugar y aunque intentaron buscar algo que pudiera aclarar esta situación, fue imposible encontrarlo, hasta que el ministro del príncipe de Bagdad le preguntó a su colega: ¿Cómo reparte justicia tu señor?

– Con los buenos es benévolo, honrado con los que son iguales a él y severo con los que comenten malos actos, contentó el asesor del príncipe de Ranchipur.

– El mío es amable con los duros de corazón, generoso con los malos, magnánimo con los injustos y afable con los honrados, respondió el primero.

Al escuchar estas palabras, el príncipe de Ranchipur, apartó su carruaje y esperó a que se marchara el más justo de los hombres.

La actitud del príncipe de Bagdad es la más difícil de imitar. Ciertamente no es fácil amar a los que nos lastiman, bendecir a los que nos maldicen. Nuestra naturaleza humana nos lleva a pagar con la misma moneda o hasta con creces a aquellos que nos hacen daño.

Pero Jesús nos enseñó algo diferente:

“Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen; para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos.” Mateo 5:44 y 45

No es sencillo, tal vez demande un gran sacrificio de nuestra parte, pero si no seguimos el ejemplo de Jesús y sus enseñanzas, no podremos ser llamados hijos de Dios.

Se requiere de mucho valor, humildad, decisión y sacrificio para poder vivir de manera que seamos ejemplo para los demás. Ser diferentes y vivir de forma distinta a como lo hacen todos, amando a nuestros enemigos y devolviendo el mal con bien, es lo que nos distingue de la multitud y nos hace verdaderos cristianos.

¡Vamos a hacer lo correcto! No es un camino fácil pero Dios te dará las fuerzas.

 

 

El siguiente crédito, por obligación, es requerido para su uso por otras fuentes: Este artículo fue producido por Radio Cristiana CVCLAVOZ.

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