“Así, nunca vamos a salir adelante. Sin educación la gente no se hace preguntas: ni por qué vive como vive ni cómo se puede salir de aquí”

(Carlos, guía turístico de Rocinha, citado en un reportaje de La Voz del Interior)

Rocinha es la favela más grande de Sudamérica y una de las más habitadas. Los cálculos de población no son muy precisos pero oscilan entre 50 y 100 mil habitantes.

Está ubicada en medio de dos de los barrios más lujosos de Río de Janeiro. Este hecho subraya la obscena convivencia entre la extrema pobreza de los muchos y la riqueza de unos pocos, marca registrada de América latina.

Mucho se puede decir acerca de esto, empezando por preguntarse: “¿En serio hay gente que va a hacer turismo a una favela?” La miseria como entretenimiento…

En las pocas palabras de Carlos está sugerido un estudio profundo la pobreza en las grandes ciudades, imposible de abordar aquí.

Quisiera referirme a la afirmación “sin educación la gente no se hace preguntas” porque este es un tema que vengo siguiendo hace muchos años.

Efectivamente, la educación es un proceso que abre mundos desconocidos. Pero eso depende de qué tipo de educación se trate.

Hay educación que no libera ni permite preguntas. Es educación que impone, que aliena, que demanda aceptación incondicional. Declara, define, delimita.

Es una educación diseñada para proveer a los grupos dominantes un contingente de personas dóciles, funcionales y en definitiva obedientes.

Serán personas que ingresarán al aceitado y poderoso engranaje de la producción de una riqueza que nunca verán. O de una cultura en la cual serán siempre siervos.

Entonces, ¿cuál es la educación que libera?

Desde muchos ámbitos han venido respuestas y proposiciones que le han dado forma a la educación actual. Los resultados varían pero al final del día el balance es magro y triste.

Lo que está claro es que una educación que libere debería formar personas que resistan las formas de imposición política, económica, social o cultural que predominan hoy.

No serían personas dóciles ni ingenuas. Cuestionarían todo. Promoverían otras formas de hacer las cosas y explorarían otras posibilidades de construcción social.

Siempre surge la pregunta si la educación eficaz tiene que ver con edificios, aparatos, equipos y recursos financieros.

Pero parece que hay que preguntarse otras cosas. Cosas que tengan que ver con la justicia, la libertad, el amor, la igualdad.

Y también preguntarse qué personas son las que pueden impartir una educación de semejante calidad.

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