Una de las pandemias que más muertes ha causado en la historia de la humanidad es la viruela. Los estudiosos creen que su aparición data desde antes de la era cristiana, ya que se han encontrado escritos antiguos que describen a personas padeciendo los mismos síntomas que son propios de dicha enfermedad.

Básicamente, como todos sabemos, la viruela provoca la salida de numerosas manchas sobre la piel que en ocasiones suele dejar una marca indeleble sobre el contagiado, causando además fiebre, deshidratación, espasmos musculares, problemas respiratorios y posteriormente la muerte si no es tratada a tiempo.

Aunque hoy en día es casi rutinario que alguien se contagie de ese virus y los tratamientos están al alcance de toda mano, hubo un tiempo en el que no fue así. Al ser una enfermedad contagiosa, rápidamente se convertía en una pandemia que podía arrasar con un poblado entero.

Recién fue en el año 1796 cuando se creó la vacuna capaz de neutralizar la viruela. Sorprendentemente la vacuna para contrarrestarla consiste en una dosis mínima de la misma enfermedad; una jeringa vierte una pequeña porción en el torrente sanguíneo de la persona, su sistema inmunológico lo detecta y aprende a tratar con ella hasta eliminarla, preparándola para enfrentar al mismo virus en su magnitud real.

Nuestro cuerpo y su sistema inmunológico, es una sorprendente maquina creada por Dios con la capacidad de aprender a defenderse de todo virus, contagio o enfermedad que lo ataque. Pero no sólo nuestro sistema inmunológico tiene esa capacidad. En ocasiones, Dios tiene que ponernos en situaciones que en su momento parecen demasiado complicadas, pero la verdad es que solamente se trata de un entrenamiento para nuestros sentidos, nuestra mente y nuestro espíritu, preparándonos para que en un futuro podamos enfrentar retos muchos más grandes.

Es como una vacuna en nuestra vida, es una pequeña dosis de situaciones que nos convierten en mejores administradores de bendiciones, en mayordomos de nuestros dones, en verdaderos sacerdotes sobre el altar de Dios, en ciervos obedientes y en guerreros que no se dan por vencidos.

Salmos 37:23-24 “Por Jehová son ordenados los pasos del hombre, Y él aprueba su camino. Cuando el hombre cayere, no quedará postrado, Porque Jehová sostiene su mano.”

Continúa luchando contra la adversidad, sabiendo que es Dios enseñándote a pelear.

 

El siguiente crédito, por obligación, es requerido para su uso por otras fuentes: Este artículo fue producido por Radio Cristiana CVCLAVOZ.

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