Una adolescente de 15 años, hace un tiempo atrás, me compartió acerca de una joven que durante sus reuniones de amigos siempre hablaba o comentaba acerca de la moda de estar con chicos e incitaba a otros a que tuviesen novios por apuestas. En cada reunión el tema era el mismo y es que al principio tenía un tono divertido pero, me decía, escuchar cada vez lo mismo ya cansaba y aburría. Cuando ella me preguntó del porqué su amiga hablaba tanto de ese tema me vino a la mente Lucas 6:45 que dice “El hombre bueno, del buen tesoro de su corazón saca lo que es bueno; y el hombre malo, del mal tesoro saca lo que es malo; porque de la abundancia del corazón habla su boca.”

El corazón, es el eje y centro de la vida. Es donde se encierran todas nuestras pasiones, sentimientos, pensamientos y emociones. Por ejemplo si nuestro hablar gira en torno a la esperanza es que tenemos un corazón que alberga fe y confianza en Dios, pero si nuestras palabras refieren al fracaso, entonces nuestro corazón está habitando temores y miedos; o como esta muchacha cuyos pensamientos estaban ligados a ese tema y sus palabras expresaban claramente lo que había en su corazón.

Cuando entendamos cuánto hace el estado de nuestro corazón a nuestras palabras, entonces podemos comprender la importancia de cuidarlo y guardarlo de todo lo malo que se pueda introducir en él, como el odio, resentimiento, amargura, enojo, orgullo, vanidad, etc. emociones que siempre llegan a dañarnos a nosotros mismos y aun a las personas de nuestro alrededor.

Proverbios 4:23 también nos enseña: Con toda diligencia guarda tu corazón, porque de él brotan los manantiales de la vida.

Muchas veces uno trata de limpiar primero el exterior, pero no funciona así, al igual que un labrador, cuando ve que un árbol produce mal fruto, no trata solamente con el fruto sino que también va a la raíz. De la misma manera, no basta simplemente el deseo de cambiar nuestras palabras, debemos ir al corazón. David lo entendió de esa forma cuando pecó; por eso escribió en el Salmos 51:10 Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio… Es la misma oración que deberíamos hacer cada día para que nuestras palabras sean de bendición.

 

El siguiente crédito, por obligación, es requerido para su uso por otras fuentes: Este artículo fue producido por Radio Cristiana CVCLAVOZ.

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