David Livingstone nació en Escocia el 19 de marzo de 1813 y murió al sur de África el 1 de mayo de 1873. Estudió medicina y con el tiempo, se convirtió en un misionero británico; es también considerado como una de las mayores figuras de la historia de la exploración. Durante sus viajes realizó estudios astronómicos, reestableció la cartografía africana e hizo informes de botánica, geología y zoología. También se distinguió por su lucha contra la esclavitud. Por todo ello, en Gran Bretaña fue considerado un héroe nacional.

Aunque todos esos elogios llegaron con el paso del tiempo, en un punto de su vida tuvo que tomar una decisión muy importante: obedecer o rechazar el llamado de Dios.

Al terminar sus estudios pensó en abrir un consultorio privado con otros compañeros de carrera, ganar su propio dinero, contraer matrimonio, vivir una vida de tranquilidad asistiendo a los servicios dominicales y servir en su iglesia en los ratos libres.

Pero todo cambiaría rotundamente en su vida cuando Dios comenzó a llamarlo para ser misionero.

Normalmente el llamamiento divino suele golpear fuertemente con prejuicios, conceptos, egos, ideas, estudios, filosofías, costumbres y, sobre todo, con la rutina cómoda a la que uno puede estar acostumbrado. Casi no puedo imaginar la fuerza que tuvo que tener el recién egresado Dr. Livingston para renunciar a ese brillante futuro en la medicina y mudarse a un lugar de pobreza en el continente africano.

El llamado de Dios siempre trae una crisis personal porque demanda un cambio, uno no puede quedarse estático si quiere caminar dentro de su voluntad. La obediencia puede costarnos renunciar a nosotros mismos y requiere una dependencia total.

Cambio y acción, son las palabras que definen la promesa escrita en la biblia para todos aquellos que quieran ser seguidores de Jesús: “Después les dijo a todos: Si alguno quiere ser discípulo mío, olvídese de sí mismo, cargue con su cruz cada día y sígame.” Lucas 9:23 versión Dios Habla Hoy

El Dr. David Livingstone dijo antes de morir: “Lejos sea de mi considerar jamás la comisión del Rey de Reyes un sacrificio, en tanto que otros hombre estiman como un honor el servicio a gobiernos terrenos. Yo soy un misionero de corazón y alma. Dios mismo tuvo un único Hijo, y Él fue misionero y médico. Yo soy una imitación pobre, muy pobre, o quisiera serlo, pero en este servicio espero vivir. Aquí prefiero vivir. Todavía lo prefiero a las riquezas de la vida fácil. Esa es mi elección.”

Con el tiempo uno logra descubrir que la obediencia es un boleto para tener un encuentro personal con Dios como nunca antes y que vale la pena el sacrificio. Si aún no ha puesto todo bajo el Señorío de Cristo, es momento que decida negarse a sí mismo, cargar su cruz y seguirlo.

 

El siguiente crédito, por obligación, es requerido para su uso por otras fuentes: Este artículo fue producido por Radio Cristiana CVCLAVOZ.

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