Una antigua historia nos relata acerca de un valiente capitán cuya bandera estaba casi siempre en la primera línea de batalla; su espada era temida por sus enemigos, porque se lo consideraba el mensajero de la mortandad y de la victoria.

Un día su rey  le pidió que le mostrara su espada; cuando éste la tuvo en sus manos la tomó con cuidado, la examinó y la devolvió con el siguiente mensaje: “No veo nada maravilloso en esta espada. No puedo entender por qué un hombre le puede tener tanto miedo”.

El capitán envió su respuesta: “Vuestra Majestad se ha dignado examinar la espada; pero no le envié el brazo que la maneja. Si hubiera examinado ese brazo, y el corazón que dirige al brazo, habría entendido el misterio”.

Lo mismo sucede en nuestras batallas diarias, no se trata de quiénes somos, de lo que hemos logrado, de lo que sabemos o poseemos, sino de la confianza que tengamos en Dios y de si le permitimos a Él dirigir y pelear nuestras batallas.

Muchas veces el enemigo que enfrentamos se presenta como un gigante  al que  humanamente sería muy difícil hacerle frente y mucho más ganar la pelea, pero cuando nos encomendamos a Dios y ponemos nuestros miedos, frustraciones y limitaciones humildemente delante de Él, lo sobrenatural comienza a ocurrir y salimos más que victoriosos de la batalla.

Dios busca corazones humildes, sinceros, que sean capaces de confiar en Él y reconocer que todos los logros y las victorias son porque le permitimos tomar lo poco que somos y usarnos, que aunque nuestras espadas se ven comunes a simple vista, cuando están en Sus manos son invencibles.

Así que podemos decir con toda confianza: «El Señor es quien me ayuda, por eso no tendré miedo. ¿Qué me puede hacer un simple mortal?». Hebreos 13:6 (NTV)

Permite que Dios sea el que mueva tu espada, con Él la victoria está asegurada.

 

El siguiente crédito, por obligación, es requerido para su uso por otras fuentes: Este artículo fue producido por Radio Cristiana CVCLAVOZ.

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