Para acusar o defender a una persona de un delito siempre se piden testigos y pruebas para presentarlos ante el juez que dará el veredicto.
¿Podrías cometer un delito sabiendo que la policía está a tu lado? ¿Podrías salir de casa sin permiso de tus padres, aun estando ellos pendientes de ti? ¿Podrías mirar con deseo a otra persona que no es tu cónyuge, si estaría tu pareja contigo? ¿Intercambiarías mensajes en tu celular o en las redes sociales comprometedores sabiendo que están siendo leídos o vistos por tus padres, cónyuge o novio?
La omnipresencia de Dios hace que Él sea el primer testigo de nuestros delitos, y no necesariamente sólo de un robo, asesinato o algo muy grave, sino todo lo malo que hacemos, por desobediencia y todo lo que nos separa de Él.
Sin duda, el pecado nos separa de Dios y el arrepentimiento abre la puerta de su perdón, pero hay una actitud errónea de parte del hombre que peca, se aleja de Dios, creyendo que no será perdonado.
Jesús se relacionó más con los pecadores que con las personas que creían ser santos, un ejemplo es la mujer del pozo (Juan 4:1-30) Ella samaritana y Jesús judío, ¿Cómo supo que tenía 5 esposos y que con el que estaba tampoco era su esposo? Lo cierto es que Jesús fue en busca de personas pecadoras y rechazadas, gente a la que quizá ningún “religioso” se acercaría.
“Dios escogió lo despreciado por el mundo —lo que se considera como nada— y lo usó para convertir en nada lo que el mundo considera importante.” 1 Corintios 1:28 NTV.
El primer testigo no está para acusarte y terminar contigo, más bien está para perdonarte, para ayudarte a superar tus luchas, ya que ve tu esfuerzo para no fallarle, simplemente búscalo oportunamente para que te de una nueva oportunidad.
El siguiente crédito, por obligación, es requerido para su uso por otras fuentes: Este artículo fue producido por Radio Cristiana CVCLAVOZ.