Un niño preguntó a su papá:
– Papá, ¿cómo empiezan las guerras?
El padre, por no decir que no lo sabía contestó:
– Buenos, pues… verás. Tomemos como ejemplo la Primera Guerra Mundial. Todo empezó porque Alemania invadió Bélgica.
Aquí interrumpió su esposa:
– Di la verdad. Empezó porque alguien mató a un príncipe.
El padre, con aire de superioridad, gritó:
– Bueno, aquí, ¿quién contesta la pregunta, tu o yo?
La esposa se quedó mirándolo y con aires de reina ofendida, salió dando un portazo que hizo temblar los cristales de toda la casa. Siguió un silencio embarazoso, después de lo cual el padre reanudó el relato. Pero el muchacho le cortó diciendo:
– No te molestes papá; ahora ya sé cómo empiezan las guerras.
Santiago 4:1,2 plantea una pregunta similar a la del niño y nos proporciona la respuesta a la misma: “¿Qué es lo que causa las disputas y las peleas entre ustedes? ¿Acaso no surgen de los malos deseos que combaten en su interior? Desean lo que no tienen, entonces traman y hasta matan para conseguirlo. Envidian lo que otros tienen, pero no pueden obtenerlo, por eso luchan y les hacen la guerra para quitárselo…” (NTV)
No sólo las grandes guerras entre países surgen por motivos egoístas, sino también aquellas en los hogares, entre las familias, amigos o colegas de trabajo. Muchas veces nuestra naturaleza humana puede más y anteponemos nuestros intereses y orgullo a las personas que amamos.
La mayor parte de las peleas se dan por cosas que, luego de analizarlas con la cabeza fría, no deberían haber tomado las proporciones con las que acabaron, pero el daño está hecho y repararlo a veces es demasiado complicado, aunque no imposible.
Filipenses 2: 3 -5 dice: “No sean egoístas; no traten de impresionar a nadie. Sean humildes, es decir, considerando a los demás como mejores que ustedes. No se ocupen solo de sus propios intereses, sino también procuren interesarse en los demás. Tengan la misma actitud que tuvo Cristo Jesús” (NTV)
No permitas que el orgullo o el egoísmo estén antes que las personas que amas, no dejes que estos males destruyan tu hogar, amistad e incluso que dañen tu comunión con los hermanos de la iglesia.
Aprendamos a ser humildes y a enfocarnos en ser más como el Señor, rindamos nuestro ser ante Él para que pueda quitar todas las cosas malas que hay en nosotros; busquemos la paz con todos antes que tener la razón.
El siguiente crédito, por obligación, es requerido para su uso por otras fuentes: Artículo producido para Radio Cristiana CVCLAVOZ.