Muchas veces en el camino nos hemos sentido indignos o inmerecedores de una vida bendecida por los errores que cometemos o las debilidades que tenemos. Así como la historia del hijo prodigo:

“Me levantaré e iré a mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no soy digno de ser llamado tu hijo; hazme como a uno de tus jornaleros. Y levantándose, vino a su padre. Y cuando aún estaba lejos, lo vio su padre, y fue movido a misericordia, y corrió, y se echó sobre su cuello, y le besó. Lucas 15:18-20

Este hijo tardó en acercarse a su padre porque se creía inmerecedor de recibir algo de su parte. Después de haber sufrido mucho por las decisiones equivocadas que tomó, sabía que no tenía otra salida. Finalmente decide volver pero no viéndose a sí mismo como hijo, sino como empleado, no como digno de los privilegios que tiene un hijo, hasta que su padre le demuestra lo contrario.

Por otro lado, quisiera comparar esta historia con otra:

“Entrando Jesús en Capernaum, vino a él un centurión, rogándole, y diciendo: Señor, mi criado está postrado en casa, paralítico, gravemente atormentado. Y Jesús le dijo: Yo iré y le sanaré. Respondió el centurión y dijo: Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo; solamente di la palabra, y mi criado sanará.” Mateo 8:5-8

El Centurión era un oficial que ocupaba un alto rango del ejército Romano. Tampoco se creía digno porque conocía las cosas que hacía, pero esto no lo apartó de Dios, al contrario, precisamente porque se vio inferior es que fue a Jesús. Sabía que era el único que podía ayudarlo, su criado estaba enfermo y confiaba en que Él lo podía sanar solamente con una palabra.

“…No soy digno de desatar la correa del calzado.” Juan 1:27

La verdad es que no somos merecedores del amor y perdón de nuestro Padre Dios, ni siquiera de desatar su calzado como dice Juan el bautista. No somos dignos de tener una vida bendecida, ni de ser hijos de Dios, pero Él quiso que así fuese. Todo lo que recibes de Dios no es porque lo merezcas, sino porque Él te ama.

Si has sentido vergüenza de acercarte a Dios por tus errores o debilidades, te quiero preguntar: ¿Hasta cuándo huirás de su presencia? ¿Sabías que lejos de Él nada podrás hacer? (Juan 15:5) Así que por más que nos apartemos volveremos a sus pies. ¿Por qué esperar más sufrimiento como el hijo prodigo?

En este momento acércate a tu padre con una oración, pídele perdón y vive la vida realizada que Él tiene para ti.

¡No lo merecemos, pero somos amados!

 

El siguiente crédito, por obligación, es requerido para su uso por otras fuentes: Este artículo fue producido por Radio Cristiana CVCLAVOZ.

Deja un comentario