En muchas ocasiones nos sentimos merecedores de aquello que nos esforzamos en alcanzar, por ejemplo: en las tareas laborales o de estudio, esperamos una buena remuneración o buenas notas, pero no siempre pasa esto ¿verdad?
Quizás no siempre obtengamos lo que sentimos que merecemos, pero hay algo que en verdad no merecíamos pero nos fue dado: la bondad de Dios.
Pensemos en un caso, quizás extremo, de alguien que ha cometido un delito como el asesinato, infringió la ley y el derecho a la vida, ¿es digno de la benevolencia de Dios? Probablemente creamos por un instante que no. Pero qué tal si pensamos en una persona dadivosa, buena, culta, que no infringe la ley ni nada, ésta ¿se ganaría la bondad del Señor?
Según nuestros estándares posiblemente demos un veredicto que consideramos correcto, pero en la medida de Dios es diferente. El Salmo 103 plasma algunas verdades acerca de la benevolencia del Señor hacia las personas:
Misericordioso y clemente es Jehová; Lento para la ira, y grande en misericordia. No contenderá para siempre, Ni para siempre guardará el enojo. No ha hecho con nosotros conforme a nuestras iniquidades, Ni nos ha pagado conforme a nuestros pecados. Porque como la altura de los cielos sobre la tierra, Engrandeció su misericordia sobre los que le temen. Cuanto está lejos el oriente del occidente, Hizo alejar de nosotros nuestras rebeliones. Como el padre se compadece de los hijos, Se compadece Jehová de los que le temen. Porque él conoce nuestra condición; Se acuerda de que somos polvo.
Salmos 103:8-14 (RVR 1960)
Todos contamos con la bondad de Dios por pura misericordia, clemencia y compasión, nadie es digno, pero al Señor le plació brindarnos de su benignidad.
Recibir el bien de Dios sin merecerlo hace que nuestro corazón lo alabe y le agradezca por su gran misericordia. Sin embargo, podemos llegar a pasar por alto su favor y olvidar el privilegio que Él nos da.
Por ello, hagamos todo lo posible para iniciar nuestros días recordando la benevolencia de Dios y agradezcamos como en esta porción de los Salmos:
Bendice, alma mía, a Jehová, Y bendiga todo mi ser su santo nombre. Bendice, alma mía, a Jehová, Y no olvides ninguno de sus beneficios. El es quien perdona todas tus iniquidades, El que sana todas tus dolencias; El que rescata del hoyo tu vida, El que te corona de favores y misericordias; El que sacia de bien tu boca De modo que te rejuvenezcas como el águila.
Salmos 103: 1-5 (RVR 1960)
Que tu ser bendiga a Dios y lo reconozca en todas las áreas de tu vida, pues su amor es inagotable y su benevolencia no tiene fin.
El siguiente crédito, por obligación, es requerido para su uso por otras fuentes: Artículo producido para radio cristiana CVCLAVOZ.
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