¿Te ha pasado que estás a punto de alcanzar una meta largamente trabajada y de pronto pierdes el enfoque?

Distraerse es fácil, pero mantenerse concentrado requiere esfuerzo.

En nuestra vida cristiana también somos susceptibles a sufrir distracciones que nos hacen perder la perspectiva. Qué tal si piensas en una situación crítica que viviste ¿hubo algún momento en el que tu problema cobró tal magnitud a tus ojos que olvidaste confiar en Dios?

Imagino que sí y, si te ha sucedido, fue porque perdiste el enfoque; es decir, dejaste de lado a quien tiene el poder para ayudarte, al único que puede darte paz y fuerzas. Debido a que probablemente el peso de las dificultades te agobió y terminaste viendo solo tu problema, dándole vueltas, buscando una posible solución, y cuando te diste cuenta, resultó que terminaste luchando en tus fuerzas y a tu manera, en lugar de entregar todo a Dios y descansar en Él.

Algo similar les pasó a los israelitas cuando llegaron a Sitim, su última parada antes de cruzar el Jordán hacia la tierra prometida (Números 25). Se dejaron seducir por las hijas de Moab y cayeron además en idolatría, estaban a un paso de alcanzar su sueño, sea dicho de paso después de décadas de dificultades y desafíos, pero de pronto, perdieron la perspectiva.

Ya sea por obstáculos o distracciones que surgen de la nada, terminamos perdiendo el enfoque, porque olvidamos lo que es realmente importante. Hoy te invito a fijar tu mirada en nuestro Salvador y a no permitir que nada te aparte del propósito de Dios para tu vida.

“Fijemos nuestra mirada en Jesús, pues de él procede nuestra fe y él es quien la perfecciona. Jesús soportó la cruz, sin hacer caso de lo vergonzoso de esa muerte, porque sabía que después del sufrimiento tendría gozo y alegría; y se sentó a la derecha del trono de Dios.” Hebreos 12:2 (DHH).

Por Cesia Serna

 

El siguiente crédito, por obligación, es requerido para su uso por otras fuentes: Artículo producido para Radio Cristiana CVCLAVOZ.

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