En la Biblia leemos que si somos vencedores nos sentaremos con nuestro Rey en Su trono. Pero, sabiendo lo difícil que es mantenernos en Sus caminos, sabiendo que todos somos pecadores, ¿cómo saber si seremos vencedores? Esa certeza la tenemos por la esperanza que tenemos en Él.
Jesús vino y nos dejó para ser Sus testigos. Él está sentado en Su trono, pero no olvidemos que Satanás tiene su trono aquí en la tierra, y tiene poderes, pero cuando tenemos a Jesús, no puede con nosotros. Por eso, necesitamos mantenernos muy cerca del Señor.
Todos los que salgan vencedores se sentarán conmigo en mi trono, tal como yo salí vencedor y me senté con mi Padre en su trono. Apocalipsis 3:21 (NTV)
La manera en la que sabemos que seremos vencedores es esa. Mantenernos en Sus caminos, obedeciendo Sus leyes y luchando con nuestra carnalidad. Acudiendo a Él cada vez que nos sintamos tentados, cada vez que fallemos. Él nos comprende, nos ama y si nos arrepentimos de corazón, nos perdona.
Y no sabemos si nos sentaremos en Su trono, pero sí estamos seguros de que nuestra eternidad será en un lugar mejor que el Señor nos está preparando; un lugar donde estaremos con Él y podremos adorarlo como nunca.
La verdad es que no importa el lugar que ocupemos, estaremos en ese paraíso por la eternidad, si lo hemos invitado a vivir en nuestro corazón. Sabemos que Él nos ayuda, nos apoya y está siempre presente. Es nuestro Padre, nuestro amigo, el maravilloso Creador que nos sustenta.
Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó. Romanos 8:37 (RVR 1960)
Tratemos de lograr ser vencedores, venciendo nuestras debilidades, nuestra carnalidad y manteniéndonos en una excelente relación con Él. Jesús nos pidió que fuéramos Sus testigos, que lleváramos Su verdad y la esperanza que tenemos en Él hasta los confines del mundo.
Que no se nos pase un día sin haber compartido de alguna manera las Buenas Nuevas, la verdad de Jesús. Esa verdad que nos quita el miedo a la muerte y nos permite una vida con una paz que nadie entiende; esa paz en medio de las circunstancias más adversas, porque sabemos que Él nos acompaña.
Amado y bendito Dios de mi vida, gracias infinitas por tanto amor y bondad. Gracias por todas las bendiciones que me has dado, por conocerte y saber que estás aquí. Bendito Dios, que siempre tenga yo presente que Tú estás conmigo, que estás en mi vida y me amas como nadie. Te pido que cada día me acerque más a ti y que yo pueda ser fructífero para Tu reino. Te amo y te necesito mi Señor. Gracias una vez más, amén.
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