Un individuo internado en un hospital había sufrido la amputación de su pierna izquierda y era presa de la amargura.

Cuando vio que el clérigo del lugar se acercaba empezó a gritar: Muy bien capellán ¡Trate de consolarme! Es usted especialista en la marina para estos asuntos, así que empiece cuanto antes.

Sus palabras desconcertaron tanto al capellán que no pudo ayudar al hombre, se quedó sin palabras.

Al día siguiente un joven cabo de la marina se acercó en su silla de ruedas hasta el lecho del inválido. Aunque le faltaban ambas piernas, una agradable sonrisa se dibujaba en su rostro. Fue recibido sin ningún sarcasmo. Los dos seres que sufrían se comprendieron. El valeroso se presentó ante el desesperado y triunfó.

Al visitar al marino aquella tarde, el hombre recibió  al capellán con una pícara sonrisa y le dijo: Capellán, fue una buena jugada la suya al enviarme a un visitante amputado de las dos piernas. Pero creo que ha resultado. La enfermera me acaba de decir que ya soy un poco más decente.

Nuestro testimonio siempre será el mejor si  hacemos a un lado nuestra propia personalidad y presentamos a Aquel que todo lo comprende porque lo sufrió y venció.

Muchas veces no comprendemos porqué nos suceden algunas cosas y nos enojamos con Dios, con las circunstancias y nosotros mismos, permitiendo que la amargura se apodere de nuestras vidas. Pero si dejamos que Dios utilice nuestras vidas, aun estando rotas y adoloridas, Él puede hacer grandes cosas.

En ocasiones, lo que vivimos nos prepara para ayudar a los demás, para poder entender su dolor y lo que están viviendo, para poder ser empáticos, aconsejar y orar por ellos de corazón, comprendiendo bien su situación, impotencia y dolor.

El Apóstol Pablo, en 2 Corintios 1: 3- 7 dijo: Toda la alabanza sea para Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo. Dios es nuestro Padre misericordioso y la fuente de todo consuelo.  Él nos consuela en todas nuestras dificultades para que nosotros podamos consolar a otros. Cuando otros pasen por dificultades, podremos ofrecerles el mismo consuelo que Dios nos ha dado a nosotros.  Pues, cuanto más sufrimos por Cristo, tanto más Dios nos colmará de su consuelo por medio de Cristo.  Aun cuando estamos abrumados por dificultades, ¡es para el consuelo y la salvación de ustedes! Pues, cuando nosotros somos consolados, ciertamente los consolaremos a ustedes. Entonces podrán soportar con paciencia los mismos sufrimientos que nosotros.  Tenemos la plena confianza de que, al participar ustedes de nuestros sufrimientos, también tendrán parte del consuelo que Dios nos da. (NTV)

Así como somos consolados por Dios en nuestras aflicciones, de la misma manera podemos consolar a los demás, a quienes pasan por lo mismo que nosotros. Si no atravesáramos esas pruebas, no podríamos entender el dolor de los demás y tampoco sería efectiva nuestra ayuda.

Permite que Dios te consuele y use tu vida para animar y ayudar a otros. No es en vano lo que estás pasando, porque además de formar tu carácter, Dios quiere utilizarte para bendecir a otros.

 

 

El siguiente crédito, por obligación, es requerido para su uso por otras fuentes: Artículo producido para Radio Cristiana CVCLAVOZ.

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