Después de tantos meses me doy cuenta que no es muy agradable que este espacio se encuentre en la sección de opinión de este sitio web. Si bien me otorga un amplio espacio para reflexionar sobre temas de variada índole, cada día me convenzo más que la reputación de la opinión roza continuamente la superficie del suelo. No está del todo abatida en el descrédito porque de tanto en tanto aparece algo bello, potente y articulado que salva el día – y no me estoy refiriendo a mis artículos, eso que quede claro.
Hace un tiempo comenzó a circular en mi país una palabra que buscaba describir a una generación emergente de chilenas y chilenos que hablaban en televisión de todos los temas imaginables con un desparpajo, un histrionismo y una falta de rigor intelectual abismante. Eran los “opinólogos”. A este calificativo siempre lo consideré un intento de darle legitimidad a una impresentable hemorragia de puntos de vista que demandaban urgentemente alguna logía, es decir un estudio sistemático y documentado. Por una ironía de la televisión la palabrita quedó apenas como una etiqueta que revelaba que la persona opinante no solamente no tenía el conocimiento requerido para esa función sino que su juicio pesaba casi siempre menos que un discreto puñado de plumas.
La opinión llevada a su más precaria expresión de integridad conceptual campea en el mundo de las redes sociales. Cualquier persona conectada repiquetea sobre un teclado con abreviaturas y espeluznantes errores de ortografía y sintaxis lo que se le venga a la cabeza en materias tan diversas como política, economía, cultura, ciencia, medios de comunicación, deportes, entretenimiento, cocina, jardinería, tendencias o vida urbana. Por cierto sus inefables comentarios no son más que la repetición ad nauseam de lugares comunes, copiado y pegado o, a lo más, vómitos de bilis opinológica de profunda raigambre social.
Más asombro produce el que haya gente que al participar de esta retahíla de imprecisiones, falacias y mínimos manejos conceptuales se sienta protagonista legítima de la ubicua y enorme plataforma del conocimiento compartido, la libre expresión de las ideas y el enriquecimiento del pensamiento – de nuevo – social.
Como en todos los asuntos importantes de la vida y para tranquilidad de la audiencia susceptible, terminemos diciendo que hay nobles y estimulantes excepciones lo cual, como siempre afirmamos por estos rumbos, no hace más que confirmar la veracidad de estas sombrías realidades.

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