El libro es reducido a la condición de objeto cuando se lo mira como puro proveedor de conocimiento, y se le roba así una parte esencial de su propósito. Porque cuando habla no es sólo para hacernos saber algo; espera de nosotros una respuesta, una devolución, un diálogo. Sí, cuando habla, no es una exageración. En sus páginas está buena parte, si no toda, la vida del hablante, el autor. El libro abre una puerta para que entre a nosotros y nosotros a ella o a él. Es una conversación posible.
De todas las virtudes que tiene el libro, destaco aquella de activar la imaginación. En las imágenes, fijas o en movimiento, no hay misterio, sólo un goce terminal: está todo ahí. La palabra escrita provoca a construir el universo propuesto a imagen y semejanza de quien lee y se modifica en el tiempo. Por eso los libros releídos, especialmente aquellos de la juventud, ofrecen nuevas posibilidades. Plasmamos en ellos nuestra propia experiencia. Descubrimos matices hasta ahora escondidos a la mirada antes inexperta.
Mucho se ha hablado y escrito acerca de la obsolescencia del libro físico en la era de la información. Es conocida por la audiencia mi aversión a la virtualidad, ese mundo detrás del cual no hay más que unos y ceros y más atrás sólo partículas imantadas sobre un disco metálico. No sé si llegará el día – apocalíptico – en que no se imprimirán más libros. La única certeza que tengo y que me alienta es que es bastante probable que eso ocurra después de mis días y seré librado de tal abominación.
No tengo cuenta de cuántos libros he comprado, perdido, prestado y cuántos nunca devolví. Pero me pasa con los libros lo mismo que con el hotel de la revista “Condorito”: dos se van, tres llegan. Se me hacen viejos amigos. Leales. No se ofenden si no los miro por años. Al abrirlos de nuevo, continúan ofreciéndome su invaluable tesoro de palabras.
Al final del día, éstas son sólo divagaciones de un lector ya bastante atardecido. Si el libro deja de existir, espero de todo corazón que las generaciones jóvenes encuentren otros recursos – los que sean – para superar el estado primitivo de la supervivencia y trascender… aunque sea un poco.