Violencia doméstica.
Por Sarai Llanes y Ahmed Otero
“La violencia es el último recurso del incompetente”.
Isaac Azimov
La violencia doméstica comprende desde el empleo de la fuerza física, hasta el hostigamiento, el acoso o la intimidación en el hogar. Existen diversos tipos de violencia: contra las mujeres, contra el hombre, contra los ancianos, maltrato infantil, etcétera. La violencia sicológica es la forma de agresión que menos atención recibe. Persigue humillar, hacer sentir mal e inseguro a una persona, deteriorar su propio valor y se manifiesta en palabras hirientes, gritos e insultos.
Estudios realizados revelan que, en hogares donde existe maltrato, del tipo que sea, los hijos son más propensos a manifestar violencia en su etapa adulta. Vale aclarar que la violencia no siempre la ejerce el más fuerte físicamente. A veces hay razones sicológicas que le impiden a la víctima defenderse. La mayoría de las víctimas oculta que existan esos problemas por temor a ser juzgadas en la sociedad.
La violencia doméstica se manifiesta en todos los grupos sociales independientemente del nivel económico y cultural. En la mayoría de los casos, llega a ser parte de la vida cotidiana. Las personas que sufren violencia doméstica corren un mayor riesgo de estrés, trastorno de ansiedad, depresión e intentos de suicidio. Ven a su vez afectado su comportamiento y el desarrollo de diversas actividades que deseen ejercer, lo que impide que participen plenamente en sus comunidades en los planos económicos y sociales.
La violencia es una conducta aprendida. Si queremos ganarnos la aprobación de Dios, tenemos que aprender a odiar la violencia. ¿Eso es posible? La Biblia nos convoca a desechar “todo tipo de ira, cólera, maldad, habla injuriosa y habla obscena”, a despojarnos de de la vieja personalidad con sus prácticas, y vestirnos de una nueva personalidad.
Entonces… ¿puede una persona violenta cambiar? ¡Claro! El primer paso es conocer bien a Dios. Cuando alguien de buen corazón descubre las maravillosas cualidades de Dios y comprende lo justas que son sus normas, empieza a amarlo y se esfuerza por complacerlo. El segundo paso es escoger bien a nuestros amigos. La Biblia nos aconseja: “No tengas compañerismo con nadie dado a la cólera; y con el hombre que tiene arrebatos de furia no debes entrar, para que no te familiarices con sus sendas”. El tercer paso para combatir la violencia es verla como lo que es en realidad: una seria debilidad. La tendencia a ser violento refleja falta de control. La persona pacífica, por el contrario, posee gran fuerza interior. Recuérdalo: “Aquel que controla su carácter es mejor que el héroe de guerra”. ¡Sigamos la paz con todos!
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