El insoportable peso de la intemperie

El insoportable peso de la intemperie

No es cosa fácil aceptar el insoportable peso de la intemperie. “No, decimos, nosotros no. Estamos cubiertos. Esculpidos en la palma de Su mano. Somos especiales. Algo invisible nos protege siempre.”

Entonces, ante cualquier sufrimiento buscamos explicaciones lógicas: “Es una prueba, es el enemigo, es que algo hicimos mal. En alguna parte rompimos nuestra parte del pacto, por eso nos pasó.”

No aceptamos que, con pactos o no, estamos expuestos, como todos los seres humanos, a las realidades imperfectas, a los hechos feos, al dolor inesperado.

No tenemos pasaporte diplomático

Por no entender que la intemperie nos es común a todos, los así llamados amigos de Job buscaron toda clase de explicaciones para el sufrimiento del patriarca. No podía ser que sufriera porque así es la vida no más. No, tenía que haber algo, una explicación mística que explicara todo y, de paso, cubriera la reputación de Dios. Como si Dios necesitara defensores de su imagen…

Ya he traído este tema a esta tribuna. Y cada tanto hay que repetir el mismo tema. La gente cristiana también muere de coronavirus, de ataques cardíacos y enfermedades terminales, de atentados terroristas, de accidentes y asesinatos.

Y estos hechos irrefutables no constituyen necesariamente una prueba de falencia moral o equivocaciones en algún plan divino. Es la vida, simplemente. El insoportable peso de la intemperie.

¿Cómo se vive, entonces, en el descampado?

La intemperie nos hace pensar en la ausencia de Dios. O bien la pensamos como un juicio invisible. En tiempos así, por cierto, la fe y la oración nos asisten, aumentan la resiliencia, nos consuelan. Pero no constituyen garantía alguna. Es decir, podemos vivir el dolor de un modo diferente de quien no apela a nada. Pero lo vivimos. Es algo así:

Yo sé que mi Redentor vive, y al fin se levantará sobre el polvo: y después de deshecha esta mi piel, aun he de ver en mi carne a Dios; al cual yo tengo de ver por mí, y mis ojos lo verán, y no otro, aunque mis riñones se consuman dentro de mí.

Job 19:25-27 RVR 1909

Si uno mira bien estas palabras, entiende que la mirada de Job no está en que Dios lo tiene que librar o sanar. Es una mirada que va más allá de la propia muerte. Entendía que el insoportable peso de la intemperie tenía un final. Pero el peso era real. Y no reclamó pasaporte o eximición alguna.


El siguiente crédito, por obligación, se requiere para su uso por otras fuentes: Artículo producido para radio cristiana CVCLAVOZ.

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. El presente se escribió en su totalidad por un ser humano, sin uso de ChatGPT o alguna otra herramienta de inteligencia artificial.

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