En 1 de Samuel vemos que Ana, una mujer piadosa, que sufría porque no podía concebir un hijo. Cuando subió a casa de Jehová, con amargura de alma y llanto abundante oró, y dio voto diciendo: “Jehová de los ejércitos, si te dignares mirar a la aflicción de tu sierva, y te acordares de mí, y no te olvidares de tu sierva, sino que dieres a tu sierva un hijo varón, yo lo dedicaré a Jehová todos los días de su vida, y no pasará navaja sobre su cabeza.”

El sumo sacerdote Elí, creyó que Ana estaba ebria al observarla mientras ella oraba al Señor delante del tabernáculo en Silo. Cuando él descubrió su verdadera ansiedad, pues  derramaba su alma delante de Jehová por tener un niño, la bendijo.

Ana, entonces, no volvió a estar triste, lo cual fue una evidencia de que tuvo confianza en que Dios había escuchado su oración, y que la respondería; así fue, ella después concibió a Samuel, profeta y juez de Dios.

Existen muchas peticiones que tenemos, necesidades no suplidas que nos angustian y desmotivan, pero en vez de lamentarnos y tener la cabeza agachada podemos optar por tener la actitud de Ana: Orar fervientemente, con el corazón, no una oración aprendida o con palabras rebuscadas sino con humildad y sencillez, dispuestos a aceptar la respuesta de Dios.

Por supuesto que no todo lo que pedimos está en la voluntad de Dios y por lo tanto, habrá respuesta negativa; pero si oramos de corazón seremos dirigidos a lo que es ventajoso y mucho mejor para nosotros, incluso si fuera un “no” de parte del Señor tendremos paz y no nos angustiaremos.

Ana sentía profundo dolor por no tener un hijo y tú, ¿por qué estas angustiado? Derrama tu alma en oración, confía y tendrás paz.

¡Tu oración será escuchada!

 

El siguiente crédito, por obligación, es requerido para su uso por otras fuentes: Este artículo fue producido por Radio Cristiana CVCLAVOZ.

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