A mediados del siglo XIV estalló una rebelión entre los agricultores chinos porque estaban siendo obligados a construir diques de riego entre los ríos principales para favorecer sólo a unos cuantos.

El emperador fue derrocado y los campesinos eligieron como líder a un pobre monje budista llamado Zhu Yuanzhang, iniciando de esa manera la afamada dinastía Ming. Su linaje dirigiría el destino del imperio más extenso de su época durante casi tres siglos y conduciría a China a su periodo de mayor estabilidad caracterizado por un gran esplendor cultural, desarrollo social y económico sin precedentes en la historia del país.

Pronto llegaron a tener un gran poder militar y las obras de ingeniería civil cobraron gran valor debido a la construcción de varios puentes, palacios y sobre todo por la edificación de la icónica Muralla China que sigue en pie hasta hoy.

Por todo lo que representa ese periodo, una vasija de esa época realizada por un alfarero de la familia real puede llegar a costar hasta 26 millones de dólares. Aunque sabemos hoy en día que la cerámica es solamente sal y arcilla mezclada en proporciones adecuadas, el costo tan elevado de un artículo tan simple no se debe a sus componentes primarios, sino a quien le perteneció en su momento.

Una valoración similar es la que tiene el hombre al acercarse a Dios.

La Biblia dice en Efesios 2:10 “Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas.” Versión Reina-Valera 1960

El valor que tenemos no tiene lugar en los títulos profesionales, procedencia social, nivel económico, inteligencia o capacidad, sino en el precio que Dios decidió pagar en rescate por nosotros. La Biblia dice que cuando aceptamos el sacrificio de Jesús como única forma de llegar al Padre, pasamos a ser nuevas criaturas.

En ese momento nuestra procedencia de una naturaleza caída se termina y nace el nuevo hombre gracias al poder del Espíritu de Dios.

Un jarrón de la dinastía Ming es sólo arcilla y sal mezclada, pero su valor está el lugar al que alguna vez perteneció. Nuestro valor no está en nada terrenal, sino en Dios cuando reconocemos que somos hechura suya.

 

 

El siguiente crédito, por obligación, es requerido para su uso por otras fuentes: Este artículo fue producido por Radio Cristiana CVCLAVOZ.

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