Rocky era un boxeador italoamericano desconocido que se ejercita todos los días en el gimnasio de su barrio. Pero se convirtió en toda una celebridad cuando tuvo la oportunidad de pelear ante el campeón de peso completo y aunque perdió, al final dio una gran pelea.
Su situación económica mejoró y se sintió contento, porque creía que nunca saldría de la tercera categoría en la que parecía haberse quedado estancado. Pero él pensó en retirarse porque su condición médica empeoró tras su última pelea y no pudo darse el lujo de arriesgar su vida, ya que tenía una esposa y un hijo que cuidar.
Sin embargo, una nueva oportunidad se abrió delante de él, porque Apollo, campeón actual de box, fue criticado por los medios de comunicación deportivos porque según ellos no era digno del llevar el cinturón ya que en su última pelea ante un anónimo dejó un amargo sabor a derrota a sus fanáticos y seguidores; él cedió a la presión y retó públicamente al “El Semental Italiano” a una pelea que definiría todo. Aunque al principio Rocky no tiene muchos deseos de subir nuevamente al cuadrilátero, terminó aceptando el reto.
Este es un fragmento de la trama de la película “Rocky II” estrenada en el año 1979. Aunque ha pasado mucho tiempo desde entonces, la cinta ha quedado como un ícono del cine. Muchos la recuerdan por la banda sonora y por varias escenas emblemáticas como por ejemplo, la parte en la que Rocky subió trotando las escalinatas del Museo de Arte de Filadelfia perseguido por una muchedumbre repleta especialmente de niños.
Personalmente me gusta más la escena cuando entrena golpeando la carne colgada desde un barrote en una carnicería; ya que muestra gráficamente lo que cualquier cristiano debe hacer espiritualmente a diario.
Gálatas 5:17 dice: “Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne; y éstos se oponen entre sí, para que no hagáis lo que quisiereis.”
Sabemos que la carne es todo deseo pecaminoso que habita en nosotros para llevarnos en contra de los mandamientos de Dios. Pero al recibir en nuestro corazón a Jesús como Salvador, recibimos también su Espíritu. Estos dos, carne y Espíritu, luchan entre sí por el dominio del uno sobre el otro.
Alimentar la carne es consentir que el pecado domine, pero fortalecer el Espíritu es permitir que Dios dirija nuestras vidas. Es importante mencionar que el crecimiento no es automático, uno tiene que invertir tiempo supliendo su necesidad espiritual, para resistir cuando llegue el momento de la tentación.
La Biblia advierte: “Sino que cada uno es tentado, cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido.” Santiago 1:14 Versión Reina-Valera 1960
El reto está lanzado y el contrincante vive dentro de nosotros. Toma el ejemplo de ese boxeador: entrena duro para que cuando llegue la tentación puedas vencer, golpea la carne y dale crecimiento al Espíritu.
El siguiente crédito, por obligación, es requerido para su uso por otras fuentes: Este artículo fue producido por Radio Cristiana CVCLAVOZ.