Por tanto os digo: No os afanéis por vuestra vida, qué habéis de comer o qué habéis de beber; ni por vuestro cuerpo, qué habéis de vestir. ¿No es la vida más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido?
Lucas 12:25
De acuerdo a informes de las Naciones Unidas, en 2018 más de 100 millones de personas sufrían la forma más grave de hambre. Otros 140 millones estaban a un paso de ese destino. La situación tiende a empeorar si no hay transformaciones profundas en la gestión de los alimentos.
Es imperativo que la gente cristiana reflexione acerca del destino que tendrían estas palabras de Jesús en este tiempo. Si no lo hacen, deberán esquivar la predicación sobre este asunto en las plataformas habituales. O tendrán que decir estas palabras a gente que teniendo más que suficiente para comer, igual viven obsesionados por la comida.
Imaginen a un misionero cristiano enseñando estas palabras en alguno de los diez países con más hambre en el mundo. Seis de ellos se encuentran en Africa, tres en Oriente medio y uno en Centroamérica.
Así que intentemos el ejercicio de identificar la audiencia a la que Jesús dirigió esta proposición. Puede ser gente pobre pero con una cierta posibilidad de resolver la cuestión de la comida en un plazo razonable. De sus palabras se desprende que ese plazo sería no más allá de mañana.
Jamás las hubiera pronunciado, por ejemplo, en República Centroafricana, el país con el más grave índice de hambre y desnutrición. Porque ahí sí que es válido el afán de saber si mañana habrá qué comer. Cualquiera que haya pasado dos o tres días sin tener acceso a una comida adecuada comprendería el problema. Cuánto más lo comprenden personas que pueden pasar semanas sin comida o agua suficiente.
Reflexionar sobre el hambre de los otros disponiendo de tres o cuatro comidas diarias – más snacks – no parece muy ético. Más aún si la comida es una obsesión, como suele ocurrir, para una buena cantidad de cristianos.
En contraste, se tiran a la basura cada año 1.300 millones de toneladas de comida consumible. Es irónico que donde más se desperdicia comida en el mundo es en países con mayor presencia cristiana. A la cabeza del desperdicio está Estados Unidos, seguido por Australia, Dinamarca, Canadá y Noruega.
Es hora que dirijamos el afán y la ansiedad hacia los hambrientos de este mundo.