El sol y la lluvia son un constante recordatorio de que la vida nos toca a todos en diferentes formas. Esto entra en conflicto con la idea, ya comentada aquí, de que la gente creyente goza de un status exclusivo.
Jesús —¡siempre Él!— corrige magistralmente esta corta mirada:
…para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace salir su sol sobre buenos y malos, y que hace llover sobre justos e injustos.
Mateo 5:45 (RVR1960)
Jesús no está comentando el clima, amigas y amigos. Está hablando del amor a los enemigos, un tema que requeriría varios artículos.
Se está refiriendo a nuestra identidad. Nuestro sello de ser hijos de Dios tiene que ver con la misericordia y la compasión. Digamos, la expresión social del amor.
Sol y lluvia representan buenas y malas cosas. Buenas cuando contribuyen al equilibrio ecológico y la riqueza del suelo. Malas cuando el calor excesivo destruye la vida o las lluvias causan devastación y muerte.
Buenas y malas cosas les ocurren a todos y todas. No hay privilegios ni pasaportes VIP para nadie. Uno puede sentir la compañía de Dios y su ayuda. Pero no hay ninguna garantía de inmunidad frente al dolor y la muerte.
Estamos en el lado frágil de la vida. Y no sólo ella nos puede golpear. También nos afectan nuestros errores y falta de juicio. Podemos ser cegados por la soberbia o el enojo. Podemos suena suave. Somos cegados por la soberbia y el enojo muchas veces.
Sol y lluvia nos igualan. Nos igualan más de lo que creemos. Nos encanta eso de ser especiales, únicos. Pero no somos. Simplemente.
Si uno fuera a mirar más profundamente estas palabras que citamos de Jesús, seríamos golpeados por la idea de que la misericordia y la compasión nos hacen ser hijos del Padre.
Habría que pensar bien lo que dijo, sin forzar el texto para que diga algo que se acomode a nuestra teología.
El siguiente crédito, por obligación, se requiere para su uso por otras fuentes: Artículo producido para radio cristiana CVCLAVOZ.
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