El año que vivimos en peligro es una película australiana, dirigida por Peter Weir y estrenada en 1982. Semejante título vino a ilustrar inesperada y profusamente el año que termina. Este título se ha utilizado cientos de veces por columnistas, escritores y analistas para describir los efectos de la pandemia.
Así que, humildemente, me sumo desde mi cabaña lateral a esta saga de reflexiones. Esta vez no agregaré palabras a la letanía de lamentos y malos augurios provocados por el virus y la nueva cepa britannica. Ya hay suficiente de eso por todas partes. ¿Qué pudo haber sido bueno en estos último diez u once meses y que sería digno de mencionar?
La primera cosa que me impresionó vivamente fueron los gloriosos días de los animales. Un cóndor reposando en un balcón de un edificio del centro de Santiago de Chile. Venados cruzando una avenida principal en algún condado norteño de los Estados Unidos. El agua transparente de algunos ríos de Europa donde se volvieron a ver salmones.
Luego fue el aire puro y la vista maravillosa del Taj Mahal o la cordillera de los Andes. La dramática reducción de la emisión de CO2 en la atmósfera. Fue una suerte de respiro, un breve sabático de esta tierra que Dios nos legó y que hemos tratado peor que a una esclava. Un recordatorio de lo bello que sería todo si no nos creyéramos los amos de la creación.
Mirado así, francamente, este no fue el año que vivimos en peligro. Al contrario, debería ser el tiempo en que tendríamos que haber tomado consciencia de lo bueno que fuera amar esta tierra.
Pero dudo que hayamos aprendido la lección. El otro día vi un gráfico interactivo que mostraba cómo de nuevo los índices de contaminación están subiendo aceleradamente. Y, por supuesto, los animales libres desaparecieron de las ciudades.
Eso debería haber sido también. Parar para pensar dónde hemos llegado, qué hemos hecho, con nuestras vidas y nuestras familias. Examinar nuestra vida laboral y social. Al principio pareció que por ahí íbamos a ir. Hasta aplaudimos a los trabajadores de la salud cada noche desde los balcones.
Pero fue en vano, Acabo de ver en las noticias de mi país a la policía desactivando una fiesta de 400 personas en un local cerrado ¡a las cuatro de la tarde! Sin protección y contra todas las reglas.
Sin embargo, aprendimos que era posible estar cerca de la gente a través de teléfonos y pantallas. Que se podía estudiar y aprender de lejos. Que se podía hacer música, teatro, literatura, coloquios culturales y conversatorios interesantes.
Hubo que pensar en nuestra individualidad restringida por protocolos y distanciamientos. Reconocernos en medio de esta realidad nueva y absolutamente desconocida. Darnos cuenta de que no somos inmortales. Que tenemos límites, lo cual debería proporcionarnos un grado ejemplar de humildad.
Así que 2020 bien pudo ser el año que vivimos en peligro. Pero también pudo haber sido una oportunidad para agradecer la oportunidad de ver que es posible mejorar nuestro mundo. Que ésta es la hora de la resistencia…
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