Puede que no te des cuenta, pero es bueno analizarse de vez en cuando, porque tal vez cuando estamos en una reunión con una amiga o amigo, no les dejamos hablar.
Hay varias maneras de darnos cuenta. Una es pensando en conversaciones anteriores. ¿Podemos recordar de qué habló la otra persona? Si no lo podemos recordar, hay dos posibilidades: o no les dejamos hablar o no estábamos prestando atención.
La próxima vez que vayamos a conversar con alguien, aunque sea por teléfono, cuando comencemos a hablar, miremos el reloj. Solo una vez y luego cuando hagamos una pausa volvamos a ver el reloj; o cuando nos interrumpan, así sabremos cuántos minutos seguidos hablamos.
Otro indicativo de que estamos hablando demasiado es que sentimos que nos interrumpen mucho. ¿Nos hemos quejado internamente de que nos están interrumpiendo y no nos dejan completar la idea o exposición? ¡Es posible que estemos hablando demasiado!
La próxima vez que vayamos a tener una conversación con alguien, o alguien a quien hace mucho tiempo que no vemos o escuchamos nos llama, tomemos aire y hagamos el propósito de escucharles. Puede ser que tengan algo que nos quieren contar. No todo el mundo tiene la facilidad de conversar de cualquier cosa. A muchos les cuesta contar cosas importantes. Así que démosles la oportunidad. Propongámonos escuchar a quienes nos llamen en lugar de soltarnos a hablar para hacer conversación. Analicemos si la razón por la que nos desatamos a hablar es para que no nos corten rápido. Tal vez es un problema de soledad. Sentimos la necesidad de hablar porque no tenemos nadie más con quien conversar o quien nos escuche. Todos tenemos diferentes necesidades, pero si sabemos ser buenos escuchando, a nuestros amigos les agradará más llamarnos para contarnos sus cosas y ¡esperemos que nos sepan escuchar ellos a nosotros también!
El siguiente crédito, por obligación, es requerido para su uso por otras fuentes: Este artículo fue producido para radio cristiana CVCLAVOZ.