El uso frecuente de una palabra en situaciones que no corresponden conllevan a que ésta pierda su significado original. Un ejemplo de esto es el término “amén”; muchos lo utilizan para responder sobre su estado de ánimo (-“¿Cómo están?” -“¡Amén!”), o para indicar que están de acuerdo con algo dicho o una publicación en internet. No obstante, en ninguno de los casos mencionados anteriormente está bien empleado. Para entender mejor este tema, primero debemos examinar el origen de la palabra.
“Amén” aparece en la Biblia originalmente en hebreo, pero tiene raíces arameas, griegas y otras. Este hecho constituye un problema porque estos idiomas son casi imposibles de traducir literalmente y sólo se puede interpretar de acuerdo al contexto o significado en general. Esta palabra tiene varias acepciones, como por ejemplo: Cuidar, ser fiel, creer, fe, confianza, déjalo ser, sí, puede que pase, alaben a Dios, así es, realmente, verdaderamente, etc; las cuales dependen de la estructura o el sentido general del texto.
En el Antiguo Testamento hay referencias que vinculan a la palabra “amén” con la alabanza a Dios; mientras que, en el Nuevo Testamento, los apóstoles la utilizaban al culminar sus cartas. Basados en ambas referencias es que se usa mayormente al terminar una oración. Es como una manera de decir que estamos de acuerdo con todo lo mencionado anteriormente, pero que esperamos que Dios haga su voluntad.
“Amén” es una palabra pequeña que tiene un profundo significado. No la utilicemos indiscriminadamente para demostrar nuestro apoyo a algo, sino más bien, para glorificar a Dios por su palabra y sus hechos.
Este artículo fue producido para radio cristiana CVCLAVOZ.