Hay algo en el sentido de lucha que une a los hombres.
Saber que estás luchando por una causa por la que podías morir hace que tu vida valga la pena.
No es lo mismo luchar por una causa ajena que por una propia, por una en la que realmente crees, por una causa que piensas que pudiera cambiar el sentido de la historia, y aportar tu grano de arena a la humanidad.
“Decidimos morir sobre nuestros pies que morir derrotados” es una de las frases célebres que se usaron en las películas 300, donde cuenta la historia ficticia de una guerra entre los persas y los griegos. Los persa, eran más cantidad, con más recursos y parecía que tenían una victoria segura.
Sus contrincantes, los griegos, tenían la plena determinación que no había causa más grande que luchar por sus creencias, por su tierra, por su gente, por aquellos que habían dado su vida de una u otra manera para que ellos hoy pudieran vivir. Y eso es lo que los movía, y se convirtió en una fuerza imparable que hizo que llegaran a convertirse en los enemigos que nadie quisiera tener. Personas determinadas que saben que tienen un propósito, y que si todos cumplimos el lugar que nos toca, cuidando al que está detrás, será nuestra la victoria.
El mundo en el que vivimos está esperando que comencemos a comportarnos como un equipo de guerreros que tiene un propósito,que tiene un fin y sabe que tiene garantizada la victoria.
Y aún si no la viéramos llegar, seguiríamos peleando sabiendo que lo que hacemos es importante, que tus hermanos dependen de ti, y que tu lider, esta en la cabecera guiándote y llevándote hacia esa victoria.
Deja de ser ficticio cuando vuelves tus ojos a la sociedad donde pocos parecen decidir por muchos, y hacer lo correcto parece cada vez más lejano. Cuando vuelves los ojos a un equipo de personas, los cristianos, que amamos al mismo Dios y que en vez de cuidarnos las espaldas buscamos tener razón en pequeños argumentos sin importar que son ellos, nuestros hermanos, los que están luchando en pos de Cristo con nosotros.
Todos corremos la misma carrera, todos peleamos la misma batalla. Dejemos de pelearnos entre nosotros. MIremos el sufrimiento que hay a nuestro alrededor y pensemos que de ahora en adelante no es aceptado dejar que nadie dañe a un hermano nuestro. Seamos ese pueblo que no deja que alguien sufra solo, o que luche solo, o que las injusticias se hagan cotidianas, como en nuestros países vecinos.
Luchemos juntos esta buena batalla, con las herramientas que Dios nos ha dado, y nunca más sentiremos que nuestras acciones fueron en vano.