Puede ser que una gran oportunidad venga en tu camino, y sea la que hayas estado esperando por mucho tiempo. Ese sueño o deseo parece estar cerca de cumplirse, y ya sabes exactamente como lo harás. En tu mente ya imaginaste como serán los minutos, horas y días. En que invertirás tu tiempo y tu dinero, cuanto dinero ganarás, qué vas a hacer una vez que eso tenga más éxito.
Todos vivimos buscando oportunidades en la vida para crecer, desarrollarnos hasta llegar a cumplir nuestros deseos y sueños. Lo que vemos a veces es favorable, y a veces no.
Hacemos planes según lo visible y comenzamos a confiar en diferentes pensamientos, personas o circunstancias. Pero no nos damos cuenta que lo invisible, lo que Dios está haciendo es siempre acomodando nuestras fichas.
Pero ¿qué sucede cuando nuestras expectativas exceden a la realidad?
Donde hemos comenzado el vuelo de nuestra vida, ajustamos el cinturón de seguridad y vemos que la fuerza nos empuja a creer y allí vamos. Pero cuando estamos «arriba» existen momentos en los que por tu ventanilla sólo ves nubes.
Es allí cuando debes volver a mirar en tu corazón, y reconocer que tus expectativas deben estar puestas en Dios, y no en los hombres, no en las estadísticas, no en tu trabajo, no en la economía actual, no en tu talento, no en la búsqueda de oportunidades, sino nada más en Dios. Él es quien da y quien quita. Cuando Él quiere.
Salmos 40: 4a «Bienaventurado el hombre que puso en Jehová su confianza..»