Todos hemos oído acerca del espíritu del mundo. Consideraremos aquí algunas cuestiones aclaratorias y luego vamos a referirnos a cómo el espíritu del mundo vino por sus fueros.
Primero, despejemos “mundo”. Para la mayoría de los creyentes cristianos esta palabra ha sido remitida a costumbres culturales y sociales y a ciertos lugares. Se echa mano —siempre— a aquel pasaje en donde Jesús dice que su reino no es de este mundo (véase Juan 18:36 RVR1960).
Hay una profunda veta de reflexión que demuestra la desacertada aplicación que se hace de este pasaje. Sólo tocaremos un par de ideas. Para la mayoría esta declaración se referiría a cosas como éstas:
El mundo según el pensamiento dominante
Por razones que no podemos desarrollar aquí —bastante curiosas, por lo demás— los creyentes suponen que mundo significa:
- Bailar, escuchar música mundana y participar en actividades sociales con mundanos
- Fumar, beber alcohol, comer ciertas comidas
- Ciertos estilos de ropa, maquillaje, tatuajes, piercings
- Leer libros de novela, poesía, cuento y otra literatura “no cristiana”
- Manifestaciones artísticas no cristianas de cine, teatro, artes plásticas
- Participar activamente en movimientos y partidos políticos
- Tener amigas y amigos cuya forma de vida se considera censurable o inadecuada para un cristiano
Eso, por nombrar algunas cosas. Por eso digo que se ha asociado el espíritu del mundo con costumbres y lugares.
El espíritu del mundo según una comprensión bíblica más acertada
Veamos ahora qué sería “mundo” en el marco de una comprensión más adecuada del pensamiento bíblico:
- Practicar activa y persistentemente una resistencia contra toda idea de Dios sea cristiano u otros
- Buscar activamente el bienestar propio y la paz personal por encima de cualquier compromiso hacia otros
- Menospreciar a ignorar cualquier responsabilidad que implique amor y servicio hacia quienes están fuera del círculo del interés propio.
- Rechazar cualquier acción que sugiera renuncia o autosacrificio en favor de cualquier causa ajena a la propia
Estas definiciones, un poco arbitrarias en verdad, reflejan mejor la idea del espíritu del mundo en la Biblia.
¿Cómo fue que el espíritu del mundo vino por sus fueros?
Varias veces hemos hablado aquí que el espíritu de la época es la centralidad de la persona humana, del “yo” por sobre toda otra consideración. Hemos dicho también que esa mentalidad ha penetrado profundamente el tejido y la trama de la cristiandad.
La filosofía predominante del evangelio dice algo como: “Dios reina en el cielo para hacerme feliz; aquí y en la eternidad”. Es una filosofía que rechaza cualquier idea de dolor o angustia en la práctica de la fe, una suerte de “gira de la felicidad”.
Esta mentalidad se observa también en la alabanza y la adoración. Un examen exhaustivo de las letras de las canciones va a demostrar que la alabanza se trata de mí, de lo que yo siento, de lo que Dios hace y ha hecho por mí, de lo que yo le digo a Él.
La ausencia de los cristianos en la acción social sostenida e intencionada es otra muestra. No están interesados en la política, la economía, la desigualdad social, el desastre ambiental, el cambio cultural. Esos son temas, dicen ellos, “del mundo”.
Hay mucho más que decir y difícil de explicar, pero el espacio y el lugar, desgraciadamente, no lo permiten.