Ezequiel 11:19-20 dice: “Y les daré un corazón, y un espíritu nuevo pondré dentro de ellos; y quitaré el corazón de piedra de en medio de su carne, y les daré un corazón de carne, para que anden en mis ordenanzas, y guarden mis decretos y los cumplan, y me sean por pueblo, y yo sea a ellos por Dios.”

En los primeros capítulos del libro de Ezequiel podemos leer el castigo al que sería sometido su pueblo por su idolatría y por la maldad que habían dejado que los dominara, de hecho en el capítulo 8 hay una descripción detallada de cómo el templo de Dios estaba siendo usado para adorar a otros dioses.

Tales actos abominables habían sido perpetrados por los mismos hombres encargados de resguardar la Santidad del templo y del pueblo israelí, pero dejaron que sus corazones se inundaran de idolatría.

Es por eso que Dios tuvo que limpiarlos de toda la maldad que habían acumulado durante bastante tiempo. Para ser más precisos estamos hablando de 390 años de Israel y 40 años de Judá. Dios realmente había retrasado bastante su ira y usó a Babilonia como instrumento purificador.

Hebreos 12:6 dice: “Porque el Señor al que ama, disciplina, Y azota a todo el que recibe por hijo.” Versión Reina-Valera 1960

El pueblo de Israel no estaba siendo probado, ellos estaban siendo disciplinados directamente por Dios.

Muchas veces nosotros podemos caer en algún pecado y tenemos la sangre de Cristo para limpiarnos de toda maldad si nos arrepentimos, 1 Juan 1:9, pero cuando hay una constante recaída el corazón empieza a endurecerse y la conciencia es ahogada. Entonces uno pierde el discernimiento de lo que está bien o mal.

¿Crees que esto sucede de esta manera? Quien roba mucho comenzó con hurtos menores, el adúltero empezó alimentando su lascivia con malos pensamientos, el adicto a la masturbación primero vio pequeñas imágenes pornográficas, los adictos a las drogas comenzaron consumiendo pequeñas dosis, etc. Esta escalada de vicio y perversión siempre empieza con pequeños pecados que parecen inofensivos, pero se van haciendo más grandes e incontrolables.

Llega un punto en el que Dios tiene que intervenir y más aún si se trata de sus propios hijos. Es cuando viene la disciplina.

Salmos 51:10 dice: “Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, Y renueva un espíritu recto dentro de mí.” Versión Reina-Valera 1960

El resultado de la disciplina de Dios tiene como finalidad crear dentro del hombre un corazón apto para acoger sus mandamientos y enderezar su espíritu para que no se incline a la maldad.

El siguiente crédito, por obligación, es requerido para su uso por otras fuentes: Este artículo fue producido por Radio Cristiana CVCLAVOZ.

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